Matilde Santa Cruz en su puesto de comidas en el Tucson Meet Yourself.

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No te diré dónde está la casa. Cuando conduzcas hasta allí, pasarás un trampolín cercado y los niños podrían dejar de saltar para mirar el automóvil que irrumpe en la tarde. No hay aceras, pero parejas mayores y grupos de adolescentes pasean por la calle embarrada por el monzón. El encanto de este barrio se resiste incluso a Google Maps. Ingresa la dirección y la aplicación te llevará en círculos antes de que finalmente estaciones y cuentes en línea los números de las casas.

Hay muchos autos estacionados en poco espacio, debajo de un garaje sin puerta. Aquí llega mucha gente: amigos, vecinos, familiares, incluso un periodista afortunado o el profesor de la Universidad de Arizona que se encontró con Matilde Santa Cruz mientras Matilde hacía tortillas en el puesto de frutas de su hermana hace casi dos décadas.

Los visitantes pueden pasar para compartir un poco de café hervido en una estufa de mezquite, o para ayudar a Matilde a cortar la leña que usa para, al parecer, cocinar casi todo. Los niños del vecindario también se reúnen allí porque los nietos y bisnietos de Matilde los llevan para montar en bicicleta o jugar con un gatito rayado gris y blanco.

Pero la mayoría de la gente llega por la comida. Matilde Santa Cruz es famosa por desempeñar una labor tradicional desde hace 18 años y que lleva también al festival cultural Tucson Meet Yourself: hacer tortillas de harina a mano, sobre una losa de hierro fundido cocida con mezquite.

Tucson Meet Yourself se vivirá en la Plaza Jácome este fin de semana, del 8 al 10 de octubre. Será un evento más pequeño de lo habitual debido a la pandemia, pero aún podrá vivirse una hermosa mezcla de culturas de Tucsón a través de su música, el arte y la comida, incluidas las demostraciones de preparación de tortillas que hace Matilde.

En casa, Matilde siempre tiene comida para compartir, ya sean frijoles en la estufa y tortillas recién hechas, o algo preparado desde cero.

La semana pasada, en nuestra entrevista, estaba haciendo tamales de chile verde y su nieto estaba en el patio lateral, moliendo los granos para hacer masa. “La proporción correcta es cinco libras de masa por libra de manteca de cerdo”, explicó Matilde Santa Cruz, la hija de Matilde.

Matilde Santa Cruz en su casa en Tucsón.

 

Cuando abrí la hoja de maíz verde (había sido arrancada del grano unas horas antes), la masa estaba húmeda y todavía un poco suelta por el proceso de cocción al vapor. Su textura era más esponjosa que cualquier cosa que haya comido antes, con un chile verde que lo atravesaba como una espina, envuelto en queso cheddar derretido. Matilde no quitó las semillas y el tamal era esa clase de picante que ocupa un espacio abundante y alegre en la boca.

Estaba sentada en una mesa larga, ubicada entre la puerta del dormitorio de Matilde y la entrada, justo frente a dos sofás dispuestos uno frente al otro en la sala de estar. En todas las paredes apreciaba retratos de su familia. Encima de mí había filas de cuadros de sus padres, tías, tíos: “Mi familia antes del matrimonio”, dijo señalando uno. Sobre los sofás, está su familia después del matrimonio: sus hijos, nietos, bisnietos, sobrinas, sobrinos, hermanas, suegros. Varias de las personas que están en las imágenes, estaban también en su casa en ese mismo momento: su hija, su hijo, su bisnieta, su nieto. Sin embargo, había más difuntos.

La propia Matilde es una superviviente. Dejará de tomar las píldoras de quimioterapia en un mes, después de 10 años de tratamiento y recuperación del cáncer de mama. “Se enteró en octubre de 2011, el último día de Tucson Meet Yourself”, dijo su hija. “Aguantó el dolor todo el día, hasta que en la noche nos reunimos para comer en casa, agotados, y supimos sus noticias”. Su cabello es fino y recogido en un elegante moño. Detrás de su rostro y de su postura corporal hay una larga historia que comenzó en Sonora. 

Como cuenta su hija, “cuando ella era joven, nos levantábamos a las cuatro de la mañana para ordeñar las vacas, luego regresábamos y nos íbamos a la escuela. Ayudaba a cocinar y luego a hacer la tarea”. Matilde comenzó a aprender a hacer tortillas cuando tenía 8 años. Cuando era adolescente, los estaba haciendo para la familia y luego ayudaba en los negocios de su padre.

“Ella siempre ha sido una experta en matemáticas. Su papá la llevaba para que pudiera calcular el precio de venta de los productos. Los compradores intentaban decir que ella estaba equivocada, que era solo una niña, pero siempre podía demostrarles que sus cálculos eran correctos”, dijo su hija.

Durante todo el año, Matilde prepara comida para sus clientes, quienes la contratan para hacer alimentos para eventos o fechas especiales.

En la comida que preparaban en el rancho de sus padres cuando Matilde era una niña se usaban todas las partes de la vaca. Elegían una de la recua para alimentarse adecuadamente. Cuando la sacrificaban, se usaba cada pieza. Vengo a caer en la cuenta de que aquí está probablemente el origen del menudo, una sopa deliciosa en la que hasta los callos son un regalo. Como no había tiendas, las familias elaboraban todos los comestibles, conservaban o intercambiaban dentro de su comunidad agrícola.

“Me llevó allí cuando era niña y me mostró dónde escondía la caña de azúcar antes de convertirla en azúcar, y la cueva donde almacenaban toda la comida durante el invierno”, dijo su hija. Si bien Matilde ya no cultiva los propios alimentos (aparte de una enredadera de habichuelas que mantiene cerca de su garaje), todavía la procesa y almacena como cuando creció.

Sus dos estufas de leña se usan a menudo simultáneamente: en una asa los chiles verdes y en la otra cocina tortillas hechas a mano. Todo lo que se pueda moler en casa pasa por su máquina de manivela: desde granos de café que compra verdes y seca al sol, hasta el maíz crudo de la mazorca.

Esta forma de vida se siente muy lejana cuando lees su historia en una pequeña computadora. Sin embargo, durante mi visita, vi en el patio trasero de Matilde a un hombre de mediana edad –no es claro si se trata de un pariente o de un amigo–, cortando la leña que usará para la demostración de tortillas esta semana en Tucson Meet Yourself. A veces su nieto llega a la escuela de su vecindario oliendo a humo de mezquite y a tortillas frescas. Lleva una para su almuerzo y otra para compartir con la maestra.

Su patio lateral tiene una barra y una mesa al aire libre. A los lados están las dos estufas de leña (una tiene siglos de antigüedad y está hecha de hierro fundido, la otra es una hoguera de ladrillo de paredes altas).

“Aquí afuera nos reímos, lloramos, peleamos, bailamos, nos hemos comprometido”, dijo la hija de Matilde. “Ella ha estado en esta casa durante 55 años. De pronto estoy sentada aquí tomando café y hablando con mi mamá, y de repente llegan diez personas y se reúnen a su alrededor para verla hacer tortillas. Durante COVID nadie llegaba. Entonces ella decía: ‘Pongamos un poco de leña en la estufa y hagamos café afuera’. Yo venía y todo estaba tranquilo”. 

El gatito está sentado debajo de la silla de Matilde y mira inquisitivamente al trío de escolares que corre fuera de mi vista. Me sorprende mirarla y sonreír, quebrando de algún modo nuestra barrera del idioma. Ella puede hablar más inglés que yo español, pero su hija ha estado traduciendo. Cuando su hija traduce un chiste, me aseguro de mirar a Matilde cuando me río y ella me devuelve la sonrisa.

Las tortillas de la abuela Matilde son hechas a mano y cocinadas sobre las brasas de la leña de mesquite.

 

Matilde es el tipo de abuela que no abandona las tradiciones con las que creció. Gracias a un pasaporte, cuando era joven viajaba libremente entre Tucsón –donde vivían sus hermanas casadas–, y Sonora, donde todavía vivía con su familia. Finalmente se radicó de este lado y comenzó a hacer tortillas en el puesto de frutas de su hermana, que ahora es un estacionamiento de Walgreens.

Hace dieciocho años, un profesor y organizador de Tucson Meet Yourself vio a Matilde en el puesto de frutas y le preguntó si le gustaría ser parte del evento. A lo largo de las décadas, estos organizadores se han convertido en parte de la familia de Matilde. Ella sabe qué tipo de comida les gusta a sus comensales. El año en que cumplió 80 años, organizó una gran comida con música en vivo: ella fue la única que preparó los alimentos. Les dijo a todos sus familiares que invitaran a sus seres queridos y les cocinó a todos.

Cuando Maribel Alvarez, la directora del programa de Tucson Meet Yourself, me compartió por primera vez el número de teléfono de la hija de Matilde, pensé que me estaba conectando con un vendedor de comida en el evento, aunque fuera especial. Luego me envió algunas fotos que había tomado a lo largo de los años, y me di cuenta de que tal vez estaban más conectadas de lo que pensaba.

En el retrato que tomó Maribel, Matilde lleva una blusa blanca impecable con grandes redes de encaje en los extremos de las mangas tres cuartos y alrededor del cuello. Parece una abuela y una santa, con la línea del cabello paralela a los pómulos. Por la proporción de la imagen, se podría decir que el fotógrafo estaba tan cerca de Matilde que podía tocarla.

Cuando Maribel me habló de Tucson Meet Yourself, dijo que era como un salón de clases. Esta es quizás una metáfora que solo usaría un educador que venera el entorno más allá de la experiencia claustrofóbica que la mayoría de nosotros compartimos de niños. Para Maribel, en cambio, aquí es donde el conocimiento se intercambia de la manera más orgánica imaginable, mientras ves a Matilde sacar la manteca de cerdo a mano, sal por pizca, para comprender cómo debe sentirse la masa de tortilla en cada paso de su creación.

Este patio trasero, entonces, es el primer salón de clases. Fue hace 55 años, cuando Matilde estaba criando a su única hija, a quien nombró como ella misma. Y hace 10 años, la primera temporada navideña que estaba en quimioterapia, esa hija tuvo que llevar galones de masa a la cama de Matilde para obtener retroalimentación y aprobación para cientos de docenas de tamales. Cientos de cenas navideñas familiares.

“Crecí llevando vestidos esponjosos con una flor en el pelo. Y delantales”, dijo su hija, que ahora lleva una camiseta de los Diamondbacks y jeans recortados. “Ahora he aceptado que nuestra tradición es hermosa. No todo el se ha dedicado a preservarla”.


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