En 1975, Rodolfo Arriaga, bombero de Tucsón durante unos 20 años, estuvo en un serio accidente automovilístico. Durante su recuperación se volvió a encender su amor por el arte.

Arriaga, jubilado del Departamento de Bomberos de Tucsón en 1982, se recuperó y un año después obtuvo una licenciatura en Bellas Artes por la Universidad de Arizona. Tenía 53 años.

Luego, se fue a trabajar. Haciendo básicamente grabados, Arriaga recreó escenas de su querido barrio del centro histórico, donde nació. También hizo grabados de iglesias de ciudades a las que él y su esposa habían viajado. Creó imágenes de naturaleza muerta, capturó edificios e hizo un autorretrato.

Su obra fluía con su pasión y su imaginación.

“No lo hacía por dinero”, dijo su viuda, Brunilda Arriaga. “Amaba hacerlo”.

Arriaga murió en 2014 a los 84 años, y dejó un tesoro de trabajos. Otros están en casas de Tucsón y otras ciudades del país.

Algunos de sus trabajos estarán en exhibición y subasta el viernes 15 de abril en la Casa Sosa Carrillo Frémont, en 151 S. Granada Avenue. El evento es patrocinado por Los Descendientes del Presidio de Tucsón y la Sociedad Histórica de Arizona.

Rudy, como era conocido entre familiares y amigos, era un hombre sencillo y callado al que le encantaba bailar con su esposa y era muy trabajador. Cuando trabajaba como bombero, manejaba un negocio de arte comercial y de letreros en su casa en Silver Street, cerca de la preparatoria católica Salpointe, donde los Arriaga criaron a sus tres hijos, Carlos Arriaga, Celina Gallagher y Leticia Arriaga-Shrank. En sus últimos años trabajó para el Distrito Escolar Unificado de Sunnyside.

Entre los clientes de Arriaga estaban el Aeropuerto Internacional de Tucsón y algunos candidatos políticos, incluido el fallecido ex gobernador Raúl H. Castro y el ex senador Dennis DeConcini, dijo Brunilda Arriaga.

“Siempre tuvo dos trabajos”, dijo su viuda.

Su ética de trabajo empezó cuando era un niño, mientras crecía en el barrio y después en el pequeño rancho de la familia, muy al norte de la ciudad.

Arriaga nació en West 17th Street, cerca de North Main Avenue. Fue el más chico de los seis hijos de Roberto y Josefina Arriaga. Varios años después, la familia Arriaga vivía en una pequeña extensión de cultivo y trabajaba la tierra entre el Río Santa Cruz y las vías del tren.

Cuando tenía unos 8 años, Arriaga fue a trabajar a Choice Market, uno de los muchos mercados de chinos que marcaban las esquinas de los barrios mexicanos. Aprendió un poco de chino.

Brunilda dijo que también aprendió a querer a Tucsón e hizo amigos para toda la vida.

En 1949 egresó de Tucson High School y al poco tiempo se unió a la Corporación de Marines de Estados Unidos. Fue a la guerra en Corea con Easy Company, una unidad local de reserva integrada en su mayoría de jóvenes mexicoamericanos. En Corea, Arriaga peleó en la Batalla de la Reserva Chosin en 1950.

Regresó a Tucsón en 1951 y empezó a cortejar a su futura esposa, quien era estudiante en la antigua escuela de enfermería del Hospital St. Mary’s, por el cerro de Tumamoc. Se habían conocido desde antes de que él se embarcara.

“Me perseguía”, dijo Brunilda, quien conoció a Rudy cuando él fue al hospital con una herida menor. Pero no podían salir juntos, agregó, porque el hospital no permitía que las estudiantes de enfermería tuvieran citas personales con un paciente.

Mientras estaba lejos en la guerra, Arriaga le escribió numerosas cartas a su estudiante de enfermería favorita, quien se había ido a Los Ángeles a seguir sus estudios. Ella conserva esas cartas.

Y tiene mucho más. Desde su muerte, Brunilda ha encontrado cartas de sus antiguos clientes, incluyendo algunas de gobernantes, y obras de arte en el garaje donde él trabajaba y dentro de la casa.

Hace poco encontró una carta de la Universidad de Arizona que la sorprendió: habían aceptado su ingreso a la maestría en la Escuela de Bellas Artes.

“No me esperaba todo eso”, dijo Brunilda.

La familia está más que contenta de seguir encontrando vestigios del esposo, el padre, el abuelo. Él sigue revelando y compartiendo su talento y su pasión. Se refrescan los recuerdos de un hombre de hablar suave.

Sus bosquejos del barrio son especiales para la familia. Era ahí a donde él volvía a visitar viejos amigos, dijo su hija, Celina Gallagher.

“Amaba toda la cultura del barrio”, dijo. “Siempre regresaba para ver y recordar”.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo al 573-4187 o en netopjr@tucson.com.