Por Tim Steller
La Estrella de Tucson
MEXICALI, México — Cuando conocí a Santos Yovany Membreño, él y su hija Astrid Estephany estaban pasando otra noche inquietante en el refugio para migrantes Hijo Pródigo en Mexicali.
Algunos residentes estaban acostados en esteras (petates) a lo largo del borde exterior del gran salón, una antigua sala de cine con todos los muebles ya removidos del lugar. Otros se quedaron junto a la entrada principal, donde sillas de madera sin terminar y jaulas para pájaros en venta llenaban la entrada.
Ahí fue donde vi al padre y a la hija y les pregunté si podía hablar con ellos.
Esa noche de noviembre del año pasado, y a través de una serie de reuniones y llamadas telefónicas con ellos, supe que algunos solicitantes de asilo hondureños son partidarios del presidente Juan Orlando Hernández y su Partido Nacional. De hecho, Membreño culpa de su huida a su afiliación política.
“El presidente está protegido, pero nosotros no”, dijo.
Membreño es miembro del partido desde hace mucho tiempo y trabajaba para el programa social insignia de Hernández, llamado Vida Mejor o Better Life. Está destinado a ayudar a los hondureños más pobres con obras simples: techos para sus casas, ventanas nuevas, concreto para pisos de tierra, ese tipo de cosas. Los opositores acusan al gobierno de usar el programa para recompensar la lealtad o comprar votos.
“Íbamos a las casas de las personas más pobres y veíamos qué necesitaban”, dijo.
Durante dos años y medio, Membreño usó el chaleco azul del empleado de Vida Mejor, documentando las necesidades y enviándolas a las autoridades para su aprobación. Uno de los objetivos del programa era evitar que las personas salieran del país como migrantes.
Eso terminó convirtiendo a Membreño en uno.
Alrededor de las controvertidas elecciones de 2017, la gente comenzó a acosarlo por su trabajo, dijo. Con el tiempo, las amenazas se acumularon.
“Nos amenazaron de muerte porque eran de otros partidos políticos”, dijo.
Las amenazas se acumulan, a menudo por mensajes de texto.
“Un día fui a trabajar y me sacaron una foto desde una motocicleta”, relató. “Dijeron que me iban a dar un día para salir del país”.
Finalmente lo hizo, trayendo a su hija de 13 años con él, mientras dejaba a su esposa y otros dos hijos en casa.
Astrid Estephany me contó desgarradoras historias de su viaje por México, en el tren de carga conocido como “La Bestia”. Una vez, los dos fueron separados a ambos lados de un tren que comenzó a moverse y apenas lograron reunirse.
El peor incidente fue una noche en el techo de un tren.
“Estábamos en los vagones del tren arriba. El tren empezó a frenar”, recordó. Un hombre cerca de ellos “estaba durmiendo, y luego se levantó para ver a su esposa. Se cayó y se cortó la pierna”.
Las amputaciones accidentales y otras lesiones graves no son infrecuentes cuando los migrantes atraviesan México. Tampoco lo son los robos ni las violaciones.
En el tren y en el refugio, Membreño nunca dejaba sola a Astrid Estephany, llevándosela al trabajo cuando encontraba uno o dos días pintando o ayudando en la construcción.
“En el refugio no duermo o duermo con miedo. La mantengo en un abrazo”, dijo en noviembre.
No eran solo las amenazas normales para una niña de 13 años. Otros hondureños estaban en el refugio, y algunos eran de facciones políticas opuestas o afiliados a pandillas, dijo Membreño.
Al hablar en el refugio y querer decir el nombre del programa, siempre bajaba la voz y susurraba “Vida Mejor”. El miedo era palpable.
El día después de que nos conocimos en Mexicali, fui a Tijuana por más reportajes. Resultó que dos días después, los dos estaban programados para viajar a Tijuana para una audiencia judicial al día siguiente en San Diego.
En el tiempo previo a la pandemia, un día antes de las audiencias en la corte, un grupo llamado Border Kindness (Amabilidad Fronteriza) estaba llevando a los solicitantes de asilo a un hotel en Tijuana para que pudieran levantarse temprano y cruzar la frontera para sus audiencias en la corte de inmigración, siempre acompañados por funcionarios de EE. UU. para hacer el cruce.
En la habitación del hotel de Tijuana se relajaron un poco. Había comodidad y privacidad, un universo alejado del intimidante refugio.
Al día siguiente, casualmente, yo también me dirigía a San Diego para hacer un par de entrevistas y luego conducir de regreso a Tucsón. Entonces fui a ver la audiencia de Membreño y terminé participando en un golpe de buena suerte.
Había entrevistado al abogado Bashir Ghazialam justo antes de la audiencia de Membreño, y el abogado y yo subimos al piso de arriba para algunos asuntos en la corte. Cuando terminó la audiencia de Membreno, antes de que él y Estephany fueran llevados de regreso a Tijuana, presenté a Santos Membreño con Ghazialam. El abogado tomó su caso.
Unas semanas después, en la próxima aparición de Membreno, Ghazialam les ganó la entrada a Estados Unidos a través de una maniobra legal que involucró al gobierno mexicano, el cual se negó a aceptar a Santos y Astrid Membreño de regreso al país porque no tenían fechas futuras en la corte de inmigración de Estados Unidos.
Los dos pasaron aproximadamente una semana en un centro de detención de Aduanas y Protección Fronteriza; luego fueron liberados en San Diego en espera del resultado de su solicitud de asilo.
Desde diciembre viven en el área de Cincinnati con amigos de la familia.
Debido a las demoras causadas por COVID-19, todavía están esperando el resultado de su caso.
Si alguna vez puede hacer un reclamo, este vendrá con un giro. A diferencia de muchos de sus compatriotas en el sistema de asilo, el suyo implica trabajar para el gobierno, no protegerse de él.