Son las 9 de la mañana de un miércoles de noviembre. En uno de los salones del Colegio Comunitario Pima (PCC), en 4355 E. Calle Aurora, un grupo de adultos de diferentes países africanos y asiáticos se enfocan en hacer un mismo ejercicio: escribirle una carta en inglés a un compañero que se recupera de una reciente cirugía.
Al terminar, la maestra mexicana Tania Hinojosa recopila todos los mensajes para hacérselos llegar a su estudiante, una idea que provino de una de sus compañeras. El ejercicio, además de ser una muestra de afecto y de generar cercanía entre los integrantes de esta diversa comunidad, permite fortalecer una de las destrezas que desarrollan estos adultos: escribir en un idioma que apenas están aprendiendo.
Aunque los 12 remitentes de las cartas provienen de regiones y contextos culturales muy variados –de países como Etiopía, la República Democrática del Congo, Eritrea, Burundi, Somalia, Siria y Afganistán–, todos tienen un sueño en común. En compañía de sus familiares, ya sea como refugiados, asilados o portadores de visas especiales, han llegado a Tucsón porque esta ciudad les ha abierto sus puertas y están emprendiendo una nueva vida.
Un programa con historia
“Este es como este pequeño secreto de Tucsón”, comenta Clare Cox, quien lleva unos cinco años como maestra de inglés para adultos refugiados en el PCC. “Es muy especial saber que durante más de 40 años hemos estado ayudando a personas que han venido a este país y se convierten en miembros valiosos para la comunidad; personas que están trabajando en restaurantes, comenzando su propio negocio o que incluso continúan sus estudios en la universidad”.
Clare hace parte de un comprometido grupo de instructores que, tanto de manera presencial como virtual, ofrece a los refugiados un espacio de aprendizaje vital para su inmersión en la cultura de Arizona y de Estados Unidos.
Como explica Sara Haghighi, coordinadora del Programa de Educación Avanzada para Refugiados (REP, por sus siglas en inglés), por lo general, cuando los refugiados llegan a Arizona, van primero a las agencias de reasentamiento y luego son remitidos al Colegio Comunitario Pima. Después de registrarse, toman un examen de nivelación de inglés y, con base en los resultados, son incluidos en un grupo.
“Esas clases son realmente muy importantes, porque muchos estudiantes comienzan con sus clases dentro de los primeros meses de su llegada al país”, dice Sara. “Algunos vienen con traumas por lo que han vivido, están tratando de rehacer sus vidas y enfrentan un proceso de choque cultural. Por eso, cada maestro juega un papel muy crítico en sus vidas: no solo se trata de enseñarles el idioma sino de guiarlos a un estilo de vida, mostrarles cómo es vivir en este país, en esta ciudad, cómo hacer un hogar aquí. Los maestros son las primeras personas que muchos de ellos ven en Estados Unidos”.
Conquistar una lengua
En diciembre de 2017, después de ocho años radicando en Hermosillo, Sonora, la bailarina cubana Lorena Carrión decidió atravesar la frontera por Nogales, Sonora, con sus dos hijos pequeños. Buscando un mejor futuro para su familia, una mañana llegó a la garita de migración y solicitó asilo a los funcionarios de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP).
“Uno no tiene idea de qué significa la migración a los Estados Unidos, a pesar de que ya haya migrado antes” de un lugar a otro, dice Lorena.
Mientras los oficiales evaluaban su documentación y comenzaban el primer paso del proceso de asilo, Lorena debió esperar la respuesta durante ocho horas con sus hijos en una fría celda. “Me hablaban en inglés y yo no podía responder nada”, narra. “En los ojos les veía que se preguntaban: ‘¿cómo vienes a un país sin saber el idioma?’”.
Por ser el caso cubano considerado especial (tal como está comprendido en la Ley de Refugiados) al tener nacionalidad cubana, al final de la tarde Lorena recibió un documento provisional que le abrió las puertas para residir en Estados Unidos y que le garantizaba un permiso de trabajo. “Al otro día empecé a buscar ayuda con las oficinas de refugiados y, casi de inmediato, comencé a estudiar inglés en REP”, cuenta.
En los siguientes meses, gracias a su maestra Clare Cox, Lorena aprendió destrezas indispensables como contar el dinero americano y tener conversaciones básicas con otras mamás cuando llevaba a sus hijos a jugar al parque.
Poco a poco su mundo en Tucsón se fue ampliando. Encontró un el estudio Flor de Liz de ballet y danza contemporánea en donde es maestra desde hace cuatro años. Matriculó a sus hijos en la escuela, aprendió a conducir y terminó el programa completo de inglés ofrecido por REP. Está terminando sus estudios superiores en Traducción e Interpretación en el Colegio Comunitario Pima, un título que se sumará a los dos que alcanzó hace más de una década: un pregrado en sociología y otro en educación artística.
“Hay que quitar de nuestra mente esa idea de que es difícil”, dice. “Las barreras siempre están en el camino. Mi idea desde el principio es ser profesional, y me dediqué a reforzar mi inglés, me enfoqué en eso. Aunque hay procesos que te hacen llorar y sentir frustración, como respuesta tenemos que abrir nuestra mente y tomar lo que nos hace fuertes para continuar”.
Sobre la experiencia de Lorena, la maestra Clare destaca el progreso que ha visto en ella desde esas primeras clases. “Después de que fue mi alumna, seguimos en contacto, y es increíble lo que ella ha hecho: se ha enfocado en estudiar casi a tiempo completo durante los últimos cuatro años. Esa ha sido su misión, dominar el inglés. De REP pasó a tomar clases con créditos en Pima y ahora es sorprendente adonde ha llegado”.
¿Quiénes son nuestros nuevos vecinos?
Como se puede ver cuando comparten el mismo salón de clases, las personas refugiadas y asiladas en Tucsón provienen de países y contextos socioeconómicos muy diferentes.
Sara Haghighi explica que mientras algunas de ellas pueden tener doctorados, maestrías, haber sido médicos, abogados o ingenieros en sus países de origen –por lo que podrían tener un muy buen nivel de inglés–, otras llegan a Estados Unidos con algunos antecedentes escolares, pero son proficientes en lenguas no romances, como el árabe. Esto hace que no estén familiarizados con el alfabeto americano y deban comenzar a aprender el idioma desde los primeros niveles. Deben aprenderse los colores, las letras, los números, los días de la semana.
“También tenemos adultos que son lectores emergentes”, comenta Sara. Se refiere a las personas que pasaron más de 15 o 20 años en campos de refugiados o que por cualquier otra razón no tuvieron la posibilidad de trabajar ni estudiar. “Es la mayoría de los estudiantes que atendemos. En este caso, no están familiarizados con el proceso de estudio formal, y esta es la primera vez que van a la escuela. No son tampoco muy fluidos en sus propias lenguas”.
Jennifer Makowsky, una de las maestras del programa, se mudó a Tucsón desde Washington D.C. en 2005 y comenzó a enseñar en Pima en 2015. “Cuando llegué me di cuenta de que debía enseñarles a los estudiantes cómo sostener un lápiz, cómo leer de izquierda a derecha o aprenderse el alfabeto romano. Tengo un estudiante que vino de Siria y no sabía nada de inglés o de nuestro alfabeto, pero con mucha tenacidad ya aprendió todo eso. Ahora está en mi clase de nivel superior y estoy muy orgullosa, porque este mes va a presentar su examen de ciudadanía”.
Seguir a pesar de la pandemia
Aunque el programa REP tiene más de cuatro décadas en funcionamiento, la pandemia por el COVID-19 trajo grandes desafíos y lecciones. Considerando las dificultades de los estudiantes al ser lectores emergentes, tener poco acceso a la tecnología o habilidades de alfabetización muy limitadas, después de hacer una encuesta entre los estudiantes, los directivos y maestros del programa comenzaron a usar los teléfonos móviles y aplicaciones como WhatsApp para conectarse.
Junto con ello, comenta Sara, “nuestro programa fue lo suficientemente generoso como para ofrecerles iPads y conexiones de Internet a nuestros estudiantes, lo que permitió que pudiéramos pasar de WhatsApp y hacer encuentros por Zoom”. También comenzaron a enviar materiales impresos de estudio a las casas para que pudieran ajustarse a la transición de las clases presenciales a las virtuales.
“Ahora estamos cambiando para tener opciones híbridas”, dice Sara. La clase de comienzos de noviembre, cuando los estudiantes se encontraron para escribir cartas, ha sido un exitoso regreso a la presencialidad, aunque tanto los profesores como los estudiantes coinciden en las posibilidades que les ha traído la virtualidad.
Como expresa Sara, “desde la pandemia la asistencia mejoró, porque pudimos responder a otros desafíos de los estudiantes como dificultades con el cuidado de niños, transporte, horarios o turnos prolongados en el trabajo”. En medio de un momento complejo para todos, los maestros fueron viendo cómo esas barreras se eliminaban. Los estudiantes entraban a las clases cuando estaban en recesos en el trabajo, cuando los niños estaban con ellos o incluso cuando estaban en el hospital.
Ahora, Clare enseña completamente en línea. Dice: “Este ha sido un gran cambio, pero todavía trato de hacer buenas conexiones para que los estudiantes se sientan muy cómodos y vean que pueden correr riesgos”. Por su parte, la maestra Jennifer manifiesta que “algo que nos ha dado COVID es la oportunidad de conocer a muchas de las familias de nuestros estudiantes, ver su hogar y su vida laboral. Es extraño que uno logre tener una conexión más íntima al estar en línea”.
“Todos somos Tucsón”
Al ser una ciudad que desde hace décadas acoge a personas refugiadas y asiladas en Estados Unidos, el programa de inglés para adultos del Colegio Comunitario Pima es un ejemplo de inclusión y solidaridad. Así lo describen maestros como Tania, Jennifer y Clare, quienes son las primeras en estimar el valor de cada uno de sus estudiantes en la transformación de la ciudad.
Para Jennifer –que no solo le ha enseñado a sus estudiantes a decir “Sunny”, sino que ha aprendido a decir esta misma palabra en lenguas como suajili, dari, árabe, somalí y tigrina– “trabajar con personas refugiadas me ha enseñado mucho sobre la humanidad. Nuestros estudiantes son muy dedicados y buenos miembros de la sociedad en general, muchos de ellos incluso hacen trabajo voluntario, son muy amables y realmente se esfuerzan por hacer una vida mejor para ellos y sus familias”.
Clare destaca todo lo que ella misma ha aprendido sobre la vida de otros seres humanos, como la comida, la religión, la música.
“Es increíble ver cuán resilientes son mis estudiantes, yo no creo que si a mí me dijeran ‘Haz tus maletas y vete a otro país con tus hijos, a aprender otro idioma’, yo estaría gritando”. Clare cita las palabras de una estudiante suya proveniente de Burundi. “Cada vez que hay algo realmente difícil y frustrante, ella simplemente me mira y dice: ‘el inglés es bueno’”.
Ahora que algunas de las clases han regresado a las aulas de la Calle Aurora, los estudiantes esperan retomar actividades que los unían especialmente antes de la pandemia: compartir platos gastronómicos de sus países, escuchar música tradicional, ver videos, intercambiar palabras en idiomas diversos.
El impacto de este programa en la vida de los refugiados es que “uno aprende que todos somos Tucsón”, dice Lorena, la bailarina y en poco tiempo traductora e intérprete cubana. “Además, REP no solo nos abre las puertas para aprender el idioma o ir a la universidad, sino que nos abre las puertas de un enorme universo”.