Josefina Cárdenas ha pasado sus casi 58 años viviendo a la orilla del Río Santa Cruz, a los pies del Sentinel Peak. Ella venera la tierra y respeta su pasado histórico.

Es el lugar de nacimiento de Tucsón y ha estado habitado por unos 4 mil años. Aún así, la tierra –la cuna de Tucsón– ha sido pisoteada, profanada, lastimada y dejada con una herida abierta y sangrante. Alguna vez fue una fábrica de ladrillos y luego un basurero.

“Mira lo que le hemos hecho a nuestro lugar de nacimiento”, dijo Cárdenas, a quien visité el viernes por la mañana en su casa en el Barrio Kroeger Lane, en la orilla este del río, al norte de West Starr Pass Boulevard.

Cárdenas y otros tucsonenses serán reconocidos por sus esfuerzos por preservar la historia de la ciudad por Los Descendientes del Presidio de Tucsón en su cena de gala anual el 18 de agosto en el Centro de Convenciones de Tucsón.

Durante casi 30 años, Cárdenas ha trabajado sin cansancio para recordarle a Tucsón que al pie del Cerro de la “A”, a lo largo de la cordillera oeste del río, es una tierra sagrada y especial. Es ahí donde vivían y cultivaban los antiguos Hohokam, seguidos por la Tohono O’odham, a quienes los colonizadores españoles llamaron Pima cuando arribaron los europeos a fines de los 1600. EL misionero explorador jesuita Eusebio Francisco Kino estableció la Misión San Cosme y Damián de Tucsón en 1692, el mismo año que fundó la primera misión en San Xavier, al sur de Tucsón. Después, los colonos españoles construyeron el complejo de la Misión San Agustín que incluyó una capilla, un convento, un granero, jardines y otras estructuras. Aunque los colonos erigieron un presidio permanente al este del río en 1775, el año en que oficialmente se fundó Tucsón, el lugar de nacimiento de nuestra ciudad siempre ha estado en la fuente de la montaña negra donde corre agua que los habitantes ancestrales llamaron Chuk Son, la base del nombre Tucsón.

En las tres décadas pasadas, Cárdenas, una mujer pequeña, callada y espiritual, tenazmente ha impulsado a los residentes del barrio, a funcionarios públicos, al distrito Rio Nuevo (que controla la tierra), a desarrolladores y todo mundo a honrar el lugar de nacimiento de Tucsón. Su compromiso es incuestionable.

Uno prácticamente puede oír en su voz los lamentos de la herida tierra de árboles de mezquite y el llanto de los antepasados que siguieron las estaciones y el afluente del río. Cuando la tierra ancestral fue excavada, los restos de la gente que había vivido ahí y la evidencia de su historia fueron utilizados para hacer ladrillos modernos, dijo Cárdenas.

“El dolor y el enojo continúan”, dijo suavemente.

Fletcher McCusker, presidente de Rio Nuevo, me escribió en un correo electrónico que Cárdenas con frecuencia se ha presentado frente a la directiva “tanto para reconocernos como para regañarnos. Y aunque Cárdenas ha criticado a la directiva por lo que ella percibe como progreso lento en asuntos pertinentes a los barrios del oeste de la ciudad y a la preservación de los orígenes de Tucsón, McCusker escribió que “es consistentemente generosa, pero implacable” en la protección de la tierra. Agregó, “he descubierto que es directa, siempre honesta y muchas veces trabajando contra toda viento y marea. La comunidad tiene la bendeción de tenerla involucrada”.

Su activismo inició cuando era niña. Cárdenas, tucsonense de cuarta generación, creció cerca de South Cottonwood Lane, a menos de una milla de la ribera oeste del río, donde su familia cultivaba cosechas y criaba caballos y vacas. Su bisabuelo paterno hacía ladrillos de adobe, la familia de su mamá vivía en la granja de la tierra a los pies de las Montañas Rincón al este de Tucsón.

Cuando ella y su esposo, Luis Cárdenas, originario de Jalisco, compraron su parcela de un acre, “crucé el río otra vez”, dijo. A su propiedad la llamaron Rancho Alegre y la llenaron de caballos y pequeños animales de granja.

A mediados de los 90’s, Cárdenas, egresada de Cholla High School, vio la necesidad de organizar a los niños en el Barrio Kroeger Lane para ayudarlos a conectar con la tierra y su historia. Creó un club de jóvenes para enseñar a los niños a montar a caballo y a hacer tortillas y flores de papel. Compartió la cultura y la historia del río con niños del barrio que no estaban conscientes de dónde vivían.

El club evolucionó a un “sueño sobre el basurero”, un centro que estaría dedicado al lugar de nacimiento de Tucsón y donde los tucsonenses pudieran aprender sobre cultura e historia. En 1999, cuando los electores de la ciudad aprobaron la creación del distrito Rio Nuevo, el Centro Cultural Rancho Chuk-Son era parte del plan de reurbaniación del centro de Tucsón y del lugar de origen de la ciudad.

Desde entonces, Rio Nuevo ha cambiado significativamente. Se ha alejado de las instalaciones públicas enfocadas en nuestra historia para expandir el desarrollo comercial como el edificio de las oficinas regionales de Caterpillar y la construcción de un velódromo para ciclistas, idea que aparentemente no prosperó.

Sin embargo, el Rancho Chuk-Son sigue siendo un sueño. Y el sueño de Cárdenas se mantiene sólido, como la piedra volcánica del Cerro de la “A”, incluso si los obstáculos se mantienen tan altos y amplios como lo eran cuando ella inició su aventura. Captar gran atención y reconocimiento al lugar de nacimiento de Tucsón es una misión que merece su tiempo, energía y fe.

“Tenemos que seguir amándonos unos a otros incondicionalmente, incluso si no estamos de acuerdo”, dijo.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.