Francisco Franklin tiene imágenes recurrentes viajando por su mente: una mujer haciendo tortillas de harina en un tambor de acero, un músico con su instrumento, querubines, montañas. Son los rostros, los paisajes y las imaginaciones que veía mientras crecía en Sonora y a las que llegó a apreciar y a crear conexiones viscerales con ellas.

“Tuve la infancia más extraordinariamente hermosa que puedas tener”, dijo Franklin, de 70 años.

Por más de 50 años, Franklin ha transportado sus adoradas imágenes de la infancia a su arte: pinturas, piedras talladas, piezas en madera. Sin haber estudiado nunca en alguna escuela de arte pero educado por su propia decisión y creatividad, su obra de arte no sólo refleja sus pensamientos y memorias sino también la rica y colorida cultura de la frontera del suroeste.

La mujer de cabello largo y negro y chal azul claro sobre sus hombros es la nana de Magdalena, Sonora, o de Sur Tucsón. El mariachi es el mismo que escuchamos en restaurantes de Nogales, Sonora, o en los festivales callejeros de Tucsón. Y los querubines son los ángeles universales cruzando la frontera -norte y sur, sin obstáculos.

“Todo es reflejo de mi vida en Sonora”, dijo Franklin, nacido en Tucsón y criado los primeros 14 años de su vida en un rancho entre Caborca, Sonora, y El Desemboque, un pueblo costero Seri. No iba a la escuela, le enseñaban en su casa y leía biografías de artistas.

Franklin, quien le rehúye a exhibir su arte en la mayoría de las galerías, tiene un pequeño grupo de seguidores devotos que aprecian su paleta de arco iris, la calidez humana de su arte -caprichoso, conmovedor y melancólico- y su pasión.

Su obra es “mucho sobre el suroeste”, dijo Heidi Baldwin, agente de bienes raíces de Tucsón que conoce a Franklin desde hace 30 años y colecciona su arte.

Adrienne Halpert, propietaria de Global Arts Gallery en Patagonia, una de las pocas galerías en las que se exhibe el arte de Franklin, considera que su visión es una de sus fortalezas como artista. Lo considera un “tesoro”.

“Él tiene una canción que cantar y ha estado cantándola”, dijo Halpert, quien ha exhibido su obra desde hace casi 10 años. “Cuando alguien está comprometido con una visión, esa persona es artista”.

Los padres de Franklin, originarios de Chicago, vinieron a Tucsón poco antes de que estallara la guerra mundial. Su papá prestó servicio militar en la Segunda Guerra Mundial, y cuando salió del ejército no logró acostumbrarse a la vida en Tucsón. Se llevó a la familia a Sonora, donde trabajaba en un rancho y donde se forjó Francisco.

“Me aceptaron”, dijo, refiriéndose a los sonorenses. En las familias autosuficientes y respetuosas del Sonora rural de los años cincuenta, vio la gracia, la dignidad y los “viejos modales reales”. Aprendió cuán laboriosa era la gente porque podían “hacer cosas hermosas sin herramientas”.

“Aprendí que se puede hacer mucho con muy poco”, dijo Franklin, quien es bilingüe, durante una visita a su casa, que a la vez es su estudio, en el área central de Tucsón. Se mudó ahí hace poco, después de vivir 30 años en el Barrio Anita, donde se puede apreciar algo de su arte en bardas.

Tenía 15 años cuando “conscientemente” se dedicó a pintar porque quería crear cosas hermosas. Pero en el curso del aprendizaje y de la auto enseñanza, atravesó un período de luchas personales, del alcoholismo y de la vida en las fuerzas armadas después de haber sido reclutado a principios de los sesenta.

Viajó y vivió en Europa — Suecia, Francia, Alemania e Islandia — añadiendo equilibrio y perspectiva durante los años que siguió su ambición.

“Yo me consideraba un artista desde antes de serlo”, dijo Franklin con voz lenta y suave. Cuando tomó otra decisión deliberada, la de dejar de tomar, se concentró en su arte, lo cual ha sido una vida gratificante pero solitaria.

Su pequeña casa está llena de sus obras, incluyendo mesas hechas a mano y figuras talladas en piedra caliza que obtiene en el área del centro-este de Texas. Afuera tiene un pequeño espacio de trabajo donde realiza obra en madera, incluyendo todos los marcos de sus pinturas.

En el fondo de la casa, varias pinturas están recargadas en la esquina. Los cepillos y las pinturas cubren una mesa, y en el centro reina una caja decorada con querubines, una obra en progreso. Junto a la caja, sobre un caballete, está una pintura de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción. Hijo de ateos, Franklin pinta figuras religiosas en honor de la sólida fe que los sonorenses mostraron ante la adversidad.

Entre sus cosas favoritas están los mariachis “por su vigorosa pasión por la vida”, dijo. Pero sus imágenes más comunes son de mujeres — el arquetipo familiar de diosa, madre y Madonna, dijo Halpert.

Franklin dice que reconoce las limitaciones de sus talentos artísticos, pero que las cubre con emoción. Dice que pintar es como “encontrar el camino en medio de la oscuridad”. De esa habitación oscura estallan colores brillantes e imágenes vívidas.

Trabaja concentrado en su arte. Eso es su vida. Crea lo que ve en su banco de recuerdos y en la vida que lo rodea. Y se esfuerza por crear la belleza tal como la conoce -y como la recuerda.


Become a #ThisIsTucson member! Your contribution helps our team bring you stories that keep you connected to the community. Become a member today.

Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.