Adrián González de Café Justo, de pie junto al tostador de la cooperativa de café, el 21 de abril de 2022, en Agua Prieta, Sonora.

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Este reportaje hace parte de la serie Voces de la Frontera creada por la periodista de Frontera del Arizona Daily Star Danyelle Khmara. En cada entrega, Khmara habla con personas que trabajan, viven, viajan y migran en la región fronteriza entre Arizona y México o cuyas vidas se ven afectadas por las políticas fronterizas y de inmigración.

En este reportaje, Khmara habla con dos personas que trabajan en la cooperativa de café Café Justo, en Agua Prieta, Sonora, frontera con Douglas, Arizona. Ambos vieron cómo la pequeña empresa se convertía en algo que podría ser parte de la solución para mantener a las familias unidas en sus hogares en lugar de migrar por necesidad.

Adrián González:

“Brindarles una opción”

Adrián González tenía poco más de 20 años cuando comenzó a trabajar en Café Justo. Se enteró de la cooperativa de café a través de la Iglesia Presbiteriana en Agua Prieta, Sonora, de la que es miembro.

Para ese entonces, Adrián no sabía nada de café. Cuando le preguntaron en la primera entrevista si sabía cuántas variedades de café había, dijo: “Claro, regular y descafeinado”.

Era 2002 y la cooperativa había alquilado una pequeña casa en la que instalaron un solo tostador, un pequeño molino y una computadora. Era su primer año y el proyecto que inició un grupo de 25 caficultores del sur de México con un préstamo de $20,000 de Frontera de Cristo, un ministerio binacional en colaboración con la Iglesia Presbiteriana, era todavía solo una idea.

Al principio, no movían más de 100 libras de café al mes, dice Adrián. Ahora, venden al menos 1,500 libras a la semana.

Café Justo nació de una necesidad. A medida que bajaban las ganancias de la producción de café, los caficultores y trabajadores comenzaron a migrar desde Chiapas, en el sur de México —donde muchos se ganaban la vida cultivando café—, hacia pueblos fronterizos como Agua Prieta, donde había trabajo en las maquiladoras.

Estas fábricas, en su mayoría propiedad de estadounidenses, reciben exenciones fiscales y aprovechan la mano de obra más barata de México para fabricar productos para exportar. Pero cuando algunas maquiladoras se fueron en busca de mano de obra más barata en Asia y América Central, más personas que perdieron sus medios de vida comenzaron a migrar, indocumentadas, a Estados Unidos.

Adrián nació en Agua Prieta y ha visto cómo la ciudad se ha ido transformamdo, pasando de ser una ciudad de menos de 30,000 habitantes a alcanzar los casi 100,000.

Al crecer en Agua Prieta, Adrián recuerda que, después de la escuela, cruzaba la frontera junto con sus amigos. Solo era cuestión de saltar una pequeña cerca de alambre de púas para nadar en la alberca pública de Douglas. De camino a casa, a menudo se encontraban con agentes de la Patrulla Fronteriza, que se ofrecían a llevarlos de regreso al lado mexicano de la línea.

Ir a Douglas era como ir a otra parte de la ciudad, dice Adrián. Pero el muro cambió las cosas. “Sentíamos que Douglas y Agua Prieta eran la misma ciudad, la misma comunidad”, dice. “Obviamente, cuando comenzaron a construir el muro, bueno, ya no te sientes bienvenido. Entiendo las razones, pero eso transformó la frontera y tuvo muchos impactos”.

Como la mayoría de los pueblos fronterizos de Arizona, las calles principales de Agua Prieta se topan con el muro fronterizo. En algunos lugares, los artistas han pintado murales: color y vida sobre postes de acero.

Granos de café de Café Justo de Chiapas antes de ser tostados.

Adrián recuerda cuando empezó Café Justo. Los caficultores llegaron a Agua Prieta en busca de trabajo, porque no podían mantener a sus familias ni educar a sus hijos. Muchos llegaron a la frontera porque sabían que había trabajo con las maquiladoras. Y cuando las maquiladoras no fueron suficientes, muchos comenzaron a hacer el viaje cada vez más traicionero a través de la frontera.

Hoy, cerca de 100 familias se benefician directa o indirectamente de Café Justo. Adrián es un empleado de los caficultores.

“Un préstamo de $20,000 mantiene a más de 100 familias aquí en México, donde quieren estar de todos modos”, dice. “Compara eso con todos los millones de millones de dólares que se están invirtiendo en la construcción del muro y la seguridad fronteriza que claramente no están funcionando”.

A finales de este año, la cooperativa cumplirá 20 años. “Simplemente recibir un precio justo por el café no es la solución para los caficultores”, dice Adrián. “Hay que empoderarlos. Hacerles entender que pueden ser más que simples caficultores. Pueden ser dueños de negocios si quieren serlo. Esa es la idea detrás de Café Justo: reducir el flujo de migrantes a Estados Unidos, brindarles una opción”.

Si bien la mayoría de los agricultores están en el sur de México, el tostador está en la frontera, porque el 95% de sus clientes están en Estados Unidos. Muchas son organizaciones de la iglesia, así como algunos cafés, cooperativas de alimentos y pequeños hoteles.

En la trastienda de Café Justo hay cajas recicladas y apiladas en las que reposan más de 1,500 libras de café recién tostado. Las etiquetas que anuncian productos como galletas mexicanas y Fruit of the Loom están cubiertas con direcciones y listas para ser enviadas a ciudades de Arizona, Nuevo México, Colorado, Illinois, Nueva York y muchas otras más.

Ahora tienen al menos un cliente en cada estado y algunos en Canadá, dice Adrián. Por su vinculación con Frontera de Cristo, sus primeros clientes fueron las iglesias presbiterianas. Pero ahora están participando muchas otras denominaciones: episcopales, católicos, menonitas y cuáqueros (doctrina religiosa nacida en Inglaterra en el siglo XVII).

“Casi todos a los que les gusta el café sirven café en las iglesias”, dice Adrián. “Si de todos modos están comprando café para sus miembros, ¿por qué no comprarlo en una tienda que mantiene unidas a las familias en México?”.

Una bolsa de café de 5 libras está etiquetada con la fecha en que se tostó el café, el tipo de café y el nombre del agricultor. Se trata de construir relaciones y conexiones, dice Adrián.

Todos los años en noviembre, un grupo de personas viaja a Chiapas para conocer a los caficultores y aprender todo sobre el procesamiento del café. Algunas personas que van han visto los nombres en sus bolsas de café y conocen al agricultor que lo ha estado cultivando.

Adrián también habla en universidades, iglesias y otras organizaciones en Estados Unidos, como una manera de compartir el proyecto y la visión de Café Justo. Afirma que este modelo se puede usar con otros productos, además del café.

Además de mantener unidas a las familias, Café Justo está conduciendo a una migración inversa, dice. Las personas que se fueron están regresando a estas comunidades, porque tienen oportunidades que antes no tenían. Además, los agricultores pueden permitirse contratar locales, no solo de México sino también de Guatemala, para trabajar en las fincas y que sus hijos puedan volver a la escuela y recibir una educación.

“Muchos de ellos ya se están graduando, convirtiéndose en enfermeros, médicos, maestros, ingenieros. Quiero decir, lo que ellos quieran”, dice Adrián. “Lo que tienen ahora que no tenían antes son oportunidades, opciones”.

Adrián comenta que se unió a Café Justo principalmente porque quería formar parte de un proyecto que ayudara a la comunidad. “Independientemente del salario o trabajo que puedas tener, si estás participando en algo que es por el bien común, es muy gratificante”, dijo.

Si bien los problemas fronterizos a menudo se ven a través de un lente políticamente dividido, Adrián dice que la belleza de este proyecto es que, ya sea que sea liberal o conservador, es una situación en la que todos ganan.

Carmina Sánchez:

“Una oportunidad para crecer y superarse”

Carmina Sánchez junto a una colcha de oración en Café Justo.

Es el cumpleaños de Carmina Sánchez. Hoy, esta treintañera se ríe de sí misma mientras muestra los gruesos rizos que le caen sobre los hombros, hechos para la ocasión. Carmina habla con sus colegas en la pequeña oficina de Café Justo y Más, detrás del tostador de café industrial y de las cajas de café apiladas y listas para ser enviadas a todo el país.

Los amigos llegan para la fiesta; adolescentes y familias enteras pasan y la saludan. Carmina es la secretaria de Café Justo y Más, la cafetería que abrió sus puertas en 2016. Sus funciones incluyen tomar pedidos, recibir pagos y hacer los trámites para exportar el café. Pero el título es corto para describir el impacto de su trabajo en la comunidad.

Carmina ha trabajado a tiempo completo con Café Justo durante ocho años, pero también estuvo allí desde el principio, hace casi 20 años. Con su madre y algunas otras mujeres, tostaba café en una sartén sobre una pequeña estufa de gas. Hacían muestras para enviar a clientes potenciales.

Carmina es originaria de Salvador Urbina, en Chiapas, una pequeña comunidad que cultiva principalmente café y que es el hogar de los agricultores que iniciaron Café Justo. Cuando era apenas una adolescente, emigró a Agua Prieta.

Su padre trabajaba en las fincas cafetaleras y la vida en Chiapas se estaba volviendo muy dura, dice. Hacia finales de los años 90, el precio del café se había devaluado tanto que los dueños de las plantaciones simplemente hacían el trabajo ellos mismos o incluso perdían su sustento.

Su papá decidió irse al Norte cuando supo que había trabajo en las maquiladoras. Un año después, cuando Carmina tenía 16 años, fue por ella y su hermano mayor. Poco después, su mamá y otros hermanos se unieron a ellos en Agua Prieta.

Era 1998 y, dadas las circunstancias, Carmina dejó de ir a la escuela y consiguió un trabajo en una maquiladora, fabricando cinturones de seguridad. Era común que los adolescentes de donde ella era dejaran de ir a la escuela, dice. Trabajaba en la misma fábrica que su padre. Él trabajaba de noche y ella tenía el turno de día.

El trabajo era duro: jornadas de 10 horas, de pie, con muy pocos descansos y tareas muy repetitivas. “Como un robot”, dice. Aun así, fue su primer trabajo y le encantó. “Era la primera vez que tenía dinero en mis propias manos”, dice. “Y, sinceramente, no sabía qué hacer con el dinero. Cuando recibí mi primer pago, llevé a mis padres a cenar. Nunca lo voy a olvidar, ni ellos tampoco”.

En Chiapas, a veces batallaban para tener suficiente comida. Comían muchos frijoles y comidas sencillas, y en ocasiones especiales comían pollo, tal vez un mole. “También comíamos iguana”, dice Carmina, riéndose. A su papá le gustaba cazar y, cuando no tenían suficiente comida, podía atrapar una iguana para cenar, o iban a pescar.

Mudarse a Agua Prieta fue un gran cambio. Carmina dejó una amplia familia de tías, tíos y primos. Además, acostumbrada al clima tropical de Chiapas, estar rodeada de desierto fue una experiencia impactante.

Cuando llegó, Carmina vivía en una casa con unas 20 personas que provenían de su misma región y que también habían llegado a trabajar en las maquiladoras. La casa solo tenía un par de habitaciones y colgaban cobijas para crear un mínimo de privacidad.

Un tiempo después, Carmina se casó y tuvo dos hijos, un niño y una niña, mientras continuaba trabajando en la maquiladora. Su esposo trabajaba de noche mientras ella hacía el turno de día. Luego, las maquiladoras comenzaron a cerrar porque se las llevaron a otros lugares en busca de mano de obra más barata. Entonces Carmina perdió su trabajo.

“Fue un momento muy difícil, porque era una fábrica muy grande”, dijo. “Mucha gente se quedó sin trabajo y se fueron a Estados Unidos, y uno de ellos fue mi papá”.

Por ese tiempo comenzaba Café Justo, así que la mamá de Carmina le enseñó a tostar el café. Le pagaban 10 pesos por cada libra de café que tostaba, el equivalente en ese momento a menos de un dólar estadounidense, y la tarea tomaba unos 40 minutos. Apenas estaban comenzando, intentaban ver si la idea funcionaría.

Eventualmente, Carmina encontró otro trabajo en una fábrica, empacando tomates. Y, años más tarde, escuchó que había un trabajo en la nueva cafetería que Café Justo que estaba abriendo, y la aceptaron. Empezó empaquetando café y poco a poco fue tomando más responsabilidades.

Carmina se ríe al recordar lo nerviosa que estaba por aceptar el puesto. “Pensé, ¿por qué dije que sí? Tenía miedo, porque sentía que no sabía mucho”, dice. “Pero puedo decir que, durante estos años, he crecido mucho. Café Justo me ha enseñado muchas cosas”.

Ser parte de Café Justo le enseñó, por ejemplo, que no hay límites, que sí se puede, dice. Por sí misma, Carmina aprendió a usar el programa de contabilidad para la cooperativa. Todas las instrucciones estaban en inglés, lo que le resultó más difícil de entender, pero encontró la manera. Además de aprender a manejar aspectos del café, trabajar con Café Justo la ayudó a abrir su mente, dice.

“No importa de dónde vienes”, dice. “Siempre tienes la oportunidad de superarte o de crecer mientras estés vivo. No tienes que tener miedo. O si tienes miedo, enfrenta tus miedos para poder vencer, crecer como persona, aprender”.

Y al igual que Café Justo, la cooperativa atendió una necesidad que ella y otros vieron en la comunidad. Había muchos problemas de drogas en la ciudad, y los adolescentes y los niños eran vulnerables. Primero, el café se abrió para ser un espacio seguro para adolescentes y jóvenes donde pudieran hacer el trabajo escolar, conectarse y expresarse creativamente.

Además, la cafetería contrata a personas de un centro de tratamiento de abuso de sustancias en Agua Prieta. “Café Justo y Más es un lugar donde pueden tener un trabajo significativo y ser parte de una comunidad”, dice Carmina. Cuando hay una oferta de trabajo, se la ofrecen primero a los pacientes del centro de tratamiento.

El café ha tenido tanto éxito que ya están buscando expandirlo y convertirlo en franquicia, con suerte en Estados Unidos.

“Yo estoy muy enamorada del proyecto Café Justo, así podemos ayudar a los campesinos y a mis paisanos en Chiapas”, dijo. “Y también me encanta el proyecto de Café Justo y Más (la cafetería), lo digo porque también tengo adolescentes”.

La hija de Carmina tiene ahora 20 años y su hijo 14. A su hija le encanta el arte y participa en eventos juveniles en la cafetería.

“Las personas que crecen en el sur a veces tienen una mentalidad un poco cerrada”, dice Carmina. Para ella, era nuevo interactuar con personas del norte de México y de Estados Unidos. La gente tenía diferentes formas de comunicarse y tradiciones a las que no estaba acostumbrada.

“Todo esto fueron muros que tuvimos que romper”, dice ella. “Ahora, amo a la gente de aquí y también al desierto”.

Carmina camina por la ciudad y anda en bicicleta en medio de la naturaleza y en las afueras de la ciudad. “Me di cuenta de que aquí también hay vida”, dice. “Estoy hablando de la naturaleza, pero también digo que uno puede crecer fuera de su hogar. Llegas con miedo —¿Qué hay ahí fuera? ¿Dónde vamos a vivir? ¿Dónde vamos a trabajar?— pero aquí está la oportunidad de crecer. Y aquí estamos”.


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Contacta a la reportera Danyelle Khmara en dkhmara@tucson.com, al número 520-573-4223 o en Twitter: @DanyelleKhmara