Michael Moore ha hecho una carrera exitosa como documentalista, denunciando todo tipo de injusticias que ocurren en la potencia más poderosa del orbe.

Desde 1989 con Roger & Me, en donde expuso el daño que la General Motors Company le hizo a su natal Flint, Michigan, al cerrar su planta, este pintoresco personaje encachuchado y algo pasado de peso ha sido un activista constante que ha incomodado a la clase privilegiada de su país, sobre todo a la del ala conservadora.

En la multipremiada Bowling for Columbine (2002) alcanzó fama internacional al diseccionar de manera humorística las posibles causas que podrían explicar el tristemente célebre tiroteo en una preparatoria en Columbine, Colorado, en el 1999, denunciando en el proceso el gran apetito por la posesión de armas y la inclinación a la violencia que han tenido sus compatriotas a través de la historia.

En Fahrenheit 9/11 (2004) el incisivo cineasta denunció con nombre y apellido a los maquiavélicos orquestadores de los ataques perpetrados el 11 de septiembre a las Torres Gemelas en New York. Ahí aprovechó para señalar a la administración del presidente Bush (y a su padre) de sacar provecho de los atentados con una agenda de invasiones a Medio Oriente y asignaciones comerciales muy lucrativas para ellos y sus asociados.

Con Sicko (2007) Moore puso frente a las narices de sus paisanos el descaro con el que su gobierno ha permitido que se haga un negocio súper lucrativo a costa de su salud. Con lujo de detalles, cifras, leyes, políticos y compañías, el nativo de Michigan asombró a las audiencias, evidenciando el macabro plan urdido por las farmacéuticas y su gobierno, además de comparar sus carísimos servicios médicos con los que ofrecen gratuitamente países como Canadá y Cuba.

El estreno de esta semana, Fahrenheit 11/9 (2018), es un filme que regresa al enfoque meramente político del director, en el que intenta explicar las causas que llevaron al poder al millonario Donald Trump y la postura del excéntrico gobernante tanto en su política interior como exterior.

La película no tiene el encanto, el humor ni el ritmo de las anteriores cintas mencionadas antes, que son lo mejor de su filmografía, pues en Fahrenheit 11/9 el producto final se siente un poco repetitivo en sus recursos y en su discurso, lo cual no demerita en absoluto su labor de investigación ni su intención de denuncia.

A diferencia de su hermana gemela (Fahrenheit 9/11), en donde Moore puso al descubierto algunos oscuros episodios de la vida personal del presidente en turno (George W. Bush), que involucraban un pasado militar bochornoso, los turbios negocios de su padre y la amistad con la familia Bin Laden, en 11/9 presenta al presidente Trump como el sujeto controversial que es, con todo el colorido de su personalidad, pero utilizando las historias que, en su gran mayoría, ya son del dominio público.

Lo antes dicho no demerita el esfuerzo, así que la mayoría de los espectadores que vean la cinta se sentirán satisfechos por el resultado final, sobre todo los detractores de Trump, quienes verán en la cinta un intento de denuncia y un esfuerzo por evitar que este controvertido personaje consiga una próxima reelección.

Eso me recuerda exactamente a lo que ocurrió con Fahrenheit 9/11, en donde Moore termina la cinta con un mensaje anti Bush, buscando en las audiencias una clara actitud de rechazo para que esta indignación evitara que Bush se reeligiera; el resultado todos lo conocemos: Bush ganó su segundo mandato. La pregunta aquí es la siguiente: ¿Ocurrirá lo mismo con Trump?

¡Hasta la próxima!


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