A mediados de 2021, Roberto Peralta, estudiante de ingeniería mecánica, fue noticia no solo en la Universidad de Arizona sino en todo el estado. Este joven de 21 años y de ascendencia hispana recibió un fuerte impulso para seguir adelante con sus proyectos científicos al ser reconocido con una beca otorgada por la Astronaut Scholarship Foundation.
Hijo de padre mexicano (de Ciudad Obregón, Sonora) y de madre canadiense, Roberto se crió en Phoenix, Arizona, y su vida ha estado marcada por un genuino interés por la ciencia que va de la mano de una visión solidaria del mundo, la cual es parte de la formación que ha recibido en casa y resultado también de un viaje a Haití que tocó su vida.
Conversamos con él sobre las razones que han impulsado su carrera, sus proyectos y lo que tiene en perspectiva este joven políglota -habla inglés, español, francés y alemán- que ya es un orgullo local.
Roberto, comencemos hablando de la beca que recibiste de la Astronaut Scholarship Foundation. ¿En qué consistió esta oportunidad?
Esta es una organización fundada por los astronautas del Mercury 7, y para aplicar o para recibir una beca no tienes que ser astronauta o querer ser astronauta, de hecho hay becarios que están haciendo investigación sobre el cáncer o sobre biología. La beca se otorga a las personas que muestran una promesa académica y de investigación, porque ellos quieren dar dinero a quienes van a continuar haciendo investigaciones que en el largo plazo puedan beneficiar a Estados Unidos.
En la aplicación hay que escribir una presentación en donde uno describe cuáles han sido sus experiencias y cuáles son sus planes para investigaciones futuras, así que hablé sobre mi tiempo en el laboratorio del profesor Philipp Gutruf, lo que quisiera estudiar en un doctorado y hacia dónde quiero ir. Cuando recibimos la beca (60 estudiantes de todo el país, para el año académico 2021-2022), nos invitaron a Florida para asistir a una gran gala en la ceremonia de premiación y pudimos conocer a un par de astronautas, eso fue genial.
Ya que estás en la parte final de tus estudios de carrera, ¿cómo es una semana común y corriente para ti?
Este semestre ha sido especial, porque he podido tener un poco más de tiempo para mí. No tengo tantas clases, así que he estado investigando mucho más, unas 16 horas a la semana en el laboratorio. En este momento estoy entrenando a un estudiante de primer año, de Nogales, Sonora, que acaba de empezar en el laboratorio. Trabajé con él cuando estaba en la preparatorio, a través de KEYS, un programa de tutoría con estudiantes de secundarias locales que luego ingresan a la UA y hacen investigaciones.
Estamos trabajando con dispositivos biomédicos, tratando de encontrar la mejor encapsulación que les dé una vida más larga. Lo estoy asesorando a través del proceso de investigación, cómo leer artículos científicos, cómo escribir, cómo codificar, solo le transmito muchos de los conocimientos que he tenido la suerte de obtener mientras he estado en Gutrub Lab.
Además de estar en el laboratorio, ¿qué clases ves?
Estoy tomando diseño senior, un curso que todos los seniors tenemos que ver. Ahí puedo colaborar con ingenieros de otras áreas. También tengo Introducción a la mecatrónica, donde aprendemos a programar en diferentes lenguajes y vemos teorías de circuitos mucho más avanzadas. Además estoy viendo Francés 432 –traducción al francés–, junto con un curso de educación general que tiene que ver con dominar más de una lengua.
Y hablando de lenguas, ya que tu papá es mexicano, ¿hablabas con él español en la casa? ¿Qué tan estricto era?
Él no era muy estricto, y me hubiera gustado que lo fuera más, solo porque siento que habría aprendido mejor. Pero mi Nanita sí, porque ella solo habla español y vivía como a tres minutos de nuestra casa (en Phoenix). Ella nos cuidaba y así aprendí español. También muchos de mis primos venían de visita desde Obregón a pasar los veranos aquí, y así fue como estuve expuesto al español.
Siempre has estado muy cerca de la ciencia por tu papá. ¿Y en cuanto a tu mamá?
Ella es trabajadora social en la ASU (Universidad Estatal de Arizona) y se enfoca en el trabajo con niños que tienen a sus padres encarcelados. La verdad yo la aprecio mucho, porque creo que me ha dado muchas de las habilidades sociales y la conciencia que quizás a veces los científicos no tienen. Ella siempre edita mis trabajos, si alguna vez necesito ayuda con el inglés, voy donde mi mamá y le pregunto: ¿te parece bien?, ¿podrías leer esto? Es muy directa y se lo agradezco, porque se necesita tener a alguien así.
Quizá entonces el deseo de aportar desde tu conocimiento para crear prótesis para personas que no pueden pagarlas viene de una mezcla de esas dos visiones: el trabajo social de tu mamá y la ciencia y la ingeniería de tu papá...
Definitivamente diría que ese es el caso. Creo que mis dos padres son personas muy solidarias. Siempre enfatizan en ayudar a los demás, pero el trabajo de mi madre sí está más en línea con eso. La otra cosa es que siempre me han dado la oportunidad de avanzar en ese camino. Fui a Haití en 2016 o 2017 en un viaje misionero de dos semanas a través de mi escuela secundaria y allá conocí a muchas personas que perdieron los brazos o las piernas por el terremoto de 2010 y que tuvieron que ser amputadas. Nos quedamos en un orfanato y allí había niños muy pequeños, entre 2 y 12 años. Fue muy triste. Creo que esa fue probablemente una de las experiencias más formativas en términos de lo que eventualmente quiero hacer, porque en Haití no hay en sí un sistema de salud y pagar una prótesis es casi imposible. Entonces, regresé a Estados Unidos y me pregunté cómo podemos ayudar a estas personas.
¿Cuánto cuesta una prótesis?
Las sencillas tal vez cuestan $5,000 (dólares) y son muchas veces solo un brazo que no se mueve y que no puedes usar para mucho. Si quieres un brazo que pueda moverse y hacer lo que quieras, puede costar de $10,000 a $25,000. Las prótesis más avanzadas pueden costar hasta $100,000, y eso es impagable incluso para las personas en Estados Unidos.
Algo más es que, a medida que creces, ya no se pueden usar las mismas prótesis, tienes que reemplazarlas cada cuatro o cinco años. Mucha gente no puede permitirse eso.
Vi que haces parte de muchas organizaciones: eres National Hispanic Scholar, miembro de la Sociedad de Ingenieros Hispanos y de la Sociedad de Honor de Ingeniería. ¿Por qué das pasos para integrarte a ellos?
Creo que muchas de las puertas se abrieron con solo mirar alrededor en la UA. Siempre he querido conectarme con personas con las que pueda relacionarme culturalmente, establecer redes y conocer diferentes perspectivas que podrían ayudarme más adelante en la vida. Al comenzar una empresa, por ejemplo, hay que enfocarse en muchos aspectos, por lo que es muy valioso tener una red en la que uno pueda confiar.
¿Tienes algún recuerdo especial de tu infancia en relación con tu herencia hispana?
¡Hay tantos recuerdos increíbles!, pero creo que hay uno que siempre sobresale y es que una vez fui a visitar a mis primos en Obregón, y pasé allá tal vez un mes. Entonces, con mis primos, decidimos construir una casa en un árbol junto al parque. Íbamos todos los días a clavar madera y después comprábamos bolis (heladitos), caminábamos por el centro… Creo que estar inmerso en la cultura de México me ayudó mucho a conectarme con ella.
Ahora la mayoría de nosotros somos ingenieros: mi primo Sebastián es ingeniero mecánico, mi primo Jorge es ingeniero eléctrico y Esteban es ingeniero agrónomo. Todos construimos eso juntos y ahora podemos hablar sobre nuestra profesión de una manera que retoma de algún modo esa experiencia de niños.
Finalmente, Roberto, sabes que en Latinoamérica hay mucha disparidad en las oportunidades. ¿Algunas palabras de aliento para quienes aspiran a cumplir sus sueños, pero se enfrentan a tantos obstáculos?
Yo creo que si hay voluntad se abre un camino. Todo el mundo habla del “Sueño Americano”, pero creo que eso puede tomar muchas formas diferentes. Yo viví una experiencia en la que pensé que no era lo suficientemente bueno. Cuando comencé en la universidad había gente que me decía: “Oh, no vas a conseguir una pasantía, eres muy joven, no tienes experiencia”, y ya con eso yo casi que ni quería intentarlo. Pero en un momento me comuniqué con el Dr. Gutrub y le dije: “Doctor: yo sé que no tengo experiencia, pero me interesa mucho lo que usted hace en el laboratorio y me gustaría aprender”, y entonces él abrió una puerta.
Por eso, si tú estás mirando tu sueño y piensas que es inalcanzable, yo te diría que no tengas miedo de intentarlo, porque hay muchas personas que te ofrecerán una metáfora para la escalera, o un peldaño que aunque no te lleve hasta el final, te acercará un paso más.
Como hispano en Estados Unidos a veces te quedas con esa negatividad y piensas que no puedes hacer muchas cosas por temas étnicos o de raza. Pero no dejes que tú mismo o que los demás te impidan hacer algo que siempre has querido hacer, solo anímate e inténtalo.