En diciembre del año pasado, caminando por la Cuarta Avenida, llegué por primera vez a La Iguana Art Gallery. Iba buscando regalos de Navidad, ¡y encontré de todo!
Había tejidos y alebrijes de Oaxaca; soles y espejos de Tonalá (Jalisco); catrinas, cruces y cristalería. Había una vitrina llena de ollas de barro de Mata Ortíz, Chihuahua, y talavera de Guanajuato. Estaba en una de esas tiendas de las que no es tan fácil salir.
Envuelta por la belleza de todos los productos, a primera vista comprendí por qué esta colorida tienda de arte, ubicada en 545 N 4th Ave., se ha ganado un lugar en el corazón de Tucsón.
La tienda y galería de arte La Iguana es un punto obligatorio en el recorrido por el centro de la ciudad. Con todas las vitrinas y paredes forradas de arte, cada pieza trae una historia, y sus dueños tienen todo el gusto y la disposición para contarla.
Los primeros días en Tucsón
Hace 15 años, el 25 de mayo de 2007, los esposos Imelda y Mario Jiménez abrieron las puertas de La Iguana. “Ese día vendimos no más que dos pares de aretes”, recuerda Imelda; lo tiene apuntado en su libro de contabilidad.
En la misma ubicación de hoy, a La Iguana de entonces la componían tan solo tres vitrinas con unos cuantos productos, no más de tres ejemplares de la misma artesanía.
Contrario a lo que sucedió con tantos negocios en los últimos dos años, Imelda y Mario han conseguido superar las dificultades que trajo la pandemia del Covid-19 y, en vez de cerrar, piensan abrir una tienda más grande. “Ya no cabemos aquí”, dicen al mismo tiempo, y la fuerza del anhelo de crecer se dibuja en sus rostros.
Mientras tanto, van y vienen juntos de Estados Unidos a México: visitan a artesanos y artistas en diferentes estados al sur de la frontera, para luego comercializar sus productos en La Iguana y en ferias de arte en Arizona.
En su trabajo de cada día, estos esposos demuestran que son, en gran medida, embajadores del arte y la cultura de México en esta región.
Los "curiouseros" de Nogales
Cuando les pregunto de dónde les vino la idea de vender arte mexicano, Mario me cuenta que el oficio de “curiousero” lo heredó de su familia. “Todo esto yo lo aprendí de mis parientes, de mis tíos, de mi generación, esto lo traigo en la sangre”, me dice.
Mario cuenta que su papá y sus tíos eran vendedores natos. Eran los propietarios de tiendas y licorerías muy populares en Nogales, Sonora, como la famosa Mickey Mouse, en donde no solo vendían artesanías mexicanas sino también vino, perfumes americanos y ropa de marcas populares como los jeans Levi’s.
Imelda me explica que a las tiendas se les conocía como curious y a los dueños como curiouseros, “porque supuestamente estas son ‘curiosidades’ para los americanos”. En nuestra conversación, Mario recuerda que a los 13, 14 años, ya él mismo trabajaba en las tiendas de su familia. “Yo iba donde mi tío y le decía: ‘Tío, ¿vengo a limpiarle el sábado y me da con qué irme al cine?’. Él ya tenía gente que le limpiaba, pero yo pensaba en sacarme un dinerito”. A Mario le maravillaba estar cerca de su papá y de sus tíos. Dice que “ellos no fueron a la escuela, no terminaron la preparatoria, ¡pero tenían un inglés! Sabían cómo hablar inglés con los clientes, y los clientes los abrazaban, les tenían cariño y siempre regresaban”.
Una década después, Imelda –originaria de Matamoros, Tamaulipas– y Mario –de Nogales, Sonora– se conocieron en Monterrey, Nuevo León, cuando estudiaban contaduría en la universidad. Se casaron y, con el apoyo de un amigo de Mario, abrieron su primera tienda en Nogales, Sonora. Se enfocaron en vender arte mexicano exclusivamente. La tienda en Nogales “era un pedacito muy chiquito, como de 20 x 10 metros”, recuerda Imelda. Un tiempo después abrieron una más grande.
Pero antes de tener ese primer negocio, Imelda cuenta que no conocía casi nada de la riqueza artesanal de su país. Fue a su llegada a Nogales que supo de la talavera de Guanajuato, de los alebrijes de Oaxaca y de las catrinas de Michoacán.
De Nogales a Tucsón
¿Y cómo llegaron aquí?, ¿Qué los trajo a Arizona?, les pregunto. Mario me cuenta que todo es consecuencia de aquella tienda en Nogales, donde tenían mucha clientela. “Había gente mayor que iba (de Tucsón) y me visitaba, les gustaba platicar conmigo”. Entre ellos, una señora llamada María le insistía en venir a la Cuarta Avenida, en buscar un espacio y poner una tienda. “La he procurado mucho a la señora, pero no la he vuelto a ver”, dice.
Mario le tomó la palabra a la señora y un día vino a Tucsón con su esposa y con unas cuantas muñecas para vender y así costear el viaje. “Pues vinimos con esas muñecas y nos la arrebataron aquí. Nunca nos imaginamos. ‘¿Cuánto? ‘. ‘Tanto’. ‘Dámelas todas’, y las vendí”. El comprador, que era a su vez dueño de una tienda de arte, lo invitó luego a vender él mismo las muñecas en una feria en la Cuarta Avenida. ¡Y Mario vendió casi todo lo que trajo! Eso le impulsó a buscar un espacio propio y así fue como llegaron al lugar que ocupa La Iguana hoy, primero compartiendo el local con otro vendedor.
“En 2007, más o menos, se vinieron los problemas en Nogales, como el contrabando y lo demás”, cuenta Mario. “Se fue para abajo el turismo, por la violencia, la gente de aquí dejó de cruzar. Entonces nosotros cerramos allá la tienda y vinimos para acá”.
Conocer a los artistas
Siempre hay un relato detrás de cada una de las piezas que venden. Cuando señalo y pregunto por algo, Imelda o Mario toman la palabra y me guían por la ruta que cada uno de esos objetos ha tenido que hacer para llegar hasta aquí.
Al principio, cuando tuvieron la primera tienda en Nogales, les compraban el arte a los comerciantes de mayoreo, pero luego, cuando hicieron un capital, empezaron a ir por la mercancía ellos mismos para conseguir mejores precios.
Mientras Imelda se quedaba en Nogales al tanto de la tienda y al cuidado de sus hijos, Mario comenzó a hacer viajes al interior de México. “Iba a lugares que nunca había conocido, no sabía nada de la gente, de sus costumbres”, cuenta. “Por ejemplo, llegaba a un pueblo y me metía a la tiendita. ‘Quiero una soda’, decía, y la señora se me quedaba mirando, porque por mi acento sabía que yo venía del Norte. Yo ya empezaba a decirle que estaba buscando unas muñecas, y ella me decía: ‘Váyase aquí derecho y ese señor que está allá en la esquina, él vende esas muñecas’. Y para cuando yo llegaba a la casa del señor, ya la señora de la tienda le había dicho al otro y al otro y al otro que por ahí andaba yo buscando muñecas”.
A lo largo de los años, Mario conoció de primera mano la enorme y diversa cultura mexicana. Comenzó a visitar artesanos en pequeños pueblos de Michoacán, Puebla, Chihuahua, Jalisco… “Empezamos a seleccionar mercancía”, cuenta Imelda, “vimos que hay artículos que ves muy bonitos allá, pero cuando llegas aquí, no se venden”. También empezaron a vender joyería. Mario recuerda que hasta el Banco de México los financió para invertir. Ahora que están en Tucsón, que Mario consolidó su propia lista de contactos y que los tres hijos de la pareja han terminado sus estudios profesionales, van juntos a comprar la mercancía en las residencias o talleres de sus contactos.
“Ya no manejamos hasta allá”, cuenta Mario. “Ahora vamos en avión a Oaxaca, rentamos un carro, vamos con los artesanos y les decimos: ‘Queremos esto, esto y esto. Empáquemelo y me lo manda a Nogales por esta compañía’”.
A los esposos les brillan los ojos al hablar de los viajes.
“Conocemos el esfuerzo que hacen estas gentes para salir adelante con su arte”, dice Imelda. Y Mario agrega: “Yo me siento en las casas de ellos, que son tan humildes, y la señora me dice: ‘Pásale, mijito, te voy a dar un taquito de chile relleno’. Y me siento y me sirven un cafecito, así, con canela adentro, café de olla, es increíble”.
Cada obra puesta a la venta en La Iguana representa, pues, no solo un punto en la geografía mexicana sino un arte y un estilo particular. Cada pieza lleva el tiempo, el talento y el cariño de cada artista. Todo está hecho a mano, tejido, pintado, por una persona.
Entre gustos...
Entre los artículos que más se venden en La Iguana están las cruces. Imelda y Mario ofrecen una amplia variedad que traen de Jalisco, Puebla y Oaxaca. También son muy populares las catrinas que importan desde Capula, Michoacán. “Nosotros íbamos por ellas tiempo atrás”, recuerda Imelda, “pero tenemos seis años que no vamos (a Michoacán) por la violencia. El proveedor nos las trae a Nogales y nosotros las cruzamos por aduana”. Cuando las coloridas catrinas llevan mucho tiempo en las vitrinas, los Jiménez las pintan de negro. “A la gente le fascinan así”, dice ella.
De Oaxaca, Imelda y Mario traen los alebrijes, los tapetes, caminos de mesa, fundas de almohadas, manteles, todo bordado a mano. De Guanajuato traen la talavera, coloridas cerámicas de alta temperatura que se pueden meter al microondas, al horno y a la lavadora de platos. En Tonalá, Jalisco, consiguen los productos de vidrio soplado.
Llama la atención que, como afirma Mario, solo un 15% de los clientes de La Iguana sean mexicanos. “La mayoría son americanos, extranjeros. Creo que ellos aprecian más el arte, leen más (sobre arte mexicano)… Aquí hay gente que viene con libros de Mata Ortiz (Chihuahua)”.
De festivales y sueños
Aparte de vender en La Iguana, Imelda y Mario llevan el arte mexicano a diversas ferias de Arizona y del país. En el año 2018, por ejemplo, hicieron una exhibición en Minnesota, y van con regularidad a eventos y festivales de Arizona en Sedona, Tubac, Patagonia, Oro Valley, Pinedale y Show Low.
En el futuro próximo, Imelda y Mario quisieran ir a un destino que no han explorado aún. “Queremos ir a Chiapas, porque hay cosas muy bonitas allá que no hemos visto. Este año el plan es ir a San Cristóbal de las Casas”, dicen.
El camino recorrido y la experiencia llevan a los Jiménez también a pensar en nuevos proyectos. “El objetivo es poner una tienda más grande que esta”, afirma Mario. Dice que le gustaría vender, por ejemplo, equipales (mesas forradas de piel), textiles de más regiones de México, vestidos. “No sé cuándo lo vamos a hacer, pero lo vamos a hacer”, afirma Imelda.
“Vamos a buscar un espacio”, dice ella. “Acá todo se puede”.