Dentro del sombrío Centro de Historia del Holocausto se exhibe en una pared una reproducción de una portada de Parade Magazine. En la foto, decenas de personas voltean a la cámara con ojos de desigualdad, de incertidumbre, y destellos de esperanza.

Dos de las personas de la foto tomada en junio de 1939 desde la cubierta del SS St. Louis son los esposos Erna y Arthur Blachmann. Junto con otros 900 hombres, mujeres y niños, incluida su pequeña hija que no aparece en la imagen, los Blachmann habían huido de la Alemania nazi. Eran judíos perseguidos, llenos de miedo.

El barco salió de Alemania hacia Cuba. No les permitieron entrar. Entonces, el capitán trajo a los refugiados a Estados Unidos, donde tampoco se les permitió el ingreso. El barco siguió por el Norte hasta Canadá, donde también encontraron la puerta cerrada.

Entonces, el barco regresó a Europa poco antes de que estallara la II Guerra Mundial y los refugiados se dispersaran por varios países. Se calcula que cientos de sus pasajeros murieron después en campos de concentración nazis.

Arthur Blachmann fue uno de los asesinados. Su esposa y su hija, Gerda, sobrevivieron y huyeron de nuevo, y esta vez sí se les permitió entrar a Estados Unidos. Erna y su hija llegaron finalmente a Tucsón, donde pasaron el resto de su vida y contribuyeron a la comunidad.

“Esto es muy ilustrativo de lo que sucede cuando un inmigrante logra entrar y otro no”, dijo Peter Marcus en una entrevista telefónica. Los Blachmann eran sus abuelos. Su mamá, Gerda, murió en Tucsón en 1999 a los 76 años.

El pasado viernes 27 de enero, cuando se celebró el Día Internacional para Recordar el Holocausto, estuve en el Centro del Holocausto del Museo de Historia Judía en el centro de la ciudad. Había pasado una semana desde la investidura del presidente Trump, quien realizó su campaña basada en el miedo sobre una plataforma de exclusión, de expulsión de refugiados y de demonización de ciertos grupos sociales.

Trump cumplió con su demagogia en las promesas de “América primero” cuando anunció la expansión de la porción no terminada de la valla fronteriza del sur, que su administración castigaría a las ciudades que ofrezcan Santuario” (o refugio) a inmigrantes indocumentados y que impulsaría a agente policiacos locales a que ejerzan funciones como agentes de migración.

Y el viernes 27 de enero, mediante una orden ejecutiva, el Presidente prohibió indefinidamente el ingreso al país de refugiados musulmanes de Siria, impidió la entrada de cualquier refugiado durante 120 días y detuvo por 90 días la entrada de cualquier persona de siete naciones predominantemente musulmanas.

La orden también prohibió que residentes de Estados Unidos con la llamada tarjeta verde regresen a este país. (Días después, bajo una fuerte crítica, la prohibición de los residentes con tarjetas verdes fue eliminada).

En caso de que a los refugiados sirios se les permita buscar asilo en Estados Unidos, el gobierno de Trump planea reducir la cifra a la mitad. Para enfatizar su medida antimusulmana, Trump eximió a los sirios cristianos.

La orden fue aplicada de inmediato el sábado, cuando viajeros que regresaban a casa fueron detenidos en aeropuertos de Estados Unidos y a otros no se les permitió abordar aviones hacia el país.

Esto es en lo que este país, tierra de las libertades y la valentía, se ha convertido. La comunidad de refugiados de Tucsón ha sufrido suficiente, y aún enfrentará más incertidumbre.

Al ver los rostros de los Blachmann, veo los rostros de los hombres, mujeres y niños sirios que han sufrido la guerra y privaciones. Veo la cara del niño sirio muerto en la costa mediterránea y las imágenes de los inmigrantes ahogados. Veo y escucho los crecientes ataques –verbales, políticos y físicos– hacia musulmanes pacíficos que viven como nuestros vecinos.

Los Blachmann y los miles de judíos alemanes que fueron regresados a su país en los años treinta también fueron considerados peligrosos para Estados Unidos. Ahora, en el mundo de Trump basado en hechos alternativos, los refugiados musulmanes también lo son.

“El paralelismo entre cómo Estados Unidos le negó la entrada a los judíos que venían de Europa tratando de escapar del régimen nazi con los sirios que hoy buscan refugio es enorme. El rechazo de este país a dar refugio a aquellos judíos desplazados derivó en cientos de muertes”, me escribió en un correo electrónico el abogado migratorio Mo Goldman.

“Soy afortunado de estar vivo gracias a que mis abuelos pudieron buscar refugio después de sobrevivir milagrosamente a los campos de trabajo y de concentración en la Alemania nazi”, escribió.

Bryan Davis, director ejecutivo del Centro de Historia del Holocausto, dijo que desde la apertura del centro en febrero del 2016, muchos visitantes han hecho la conexión entre el trato de Estados Unidos a los refugiados judíos con la denigración a los refugiados e inmigrantes musulmanes. Esperemos que muchos más hagan esa conexión.

Nadie sabe por cuánto tiempo sangrarán la razón, la compasión y la verdad de los ideales de Estados Unidos, pero ya hay sincera resistencia a esta acción vergonzosa y al desprecio flagrante de Trump por la Constitución.

El Centro del Holocausto se ubica en el 564 S Stone Avenue. Está abierto los miércoles, jueves, sábados y domingos de 1 a 5 p.m. y los viernes de 12 a 3 p.m.

Vayan.


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Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.