Por Perla Trevizo

La Estrella de Tucsón

Naomi de la Rosa no ha decidido si ser enfermera o maestra, lo único que sabe es que quiere ayudar a la gente, lección que ha estado aprendiendo y poniendo en práctica por casi 10 años.

“Quiero ser maestra porque me encantan los niños. Básicamente por Bobby, yo he tenido que cuidarlo”, dijo sobre su hermano de 13 años. Y enfermera “por mi papá”, a quien también ha tenido que aprender a cuidar.

Durante la ceremonia de su graduación de preparatoria hace unas semanas, un grupo de más de 10 personas, entre familiares y amigos, portaban carteles con su foto, orgullosos de todo lo que ha logrado.

Pero algunas de las personas más cercanas a ella no estaban ahí. Su padre, de 85 años, estaba en casa con su hermano menor, Bobby. Tenían miedo de que la ceremonia fuera demasiado caótica y el clima muy caliente para él. Su madre estaba a unas 60 millas de distancia, en Nogales, Sonora, esperando a que pasen los 10 años en los que tiene prohibido el ingreso a Estados Unidos.

Naomi y sus tres hermanos han tenido que salir adelante y aprender a apoyarse entre ellos, así como a cuidar a su papá, desde el 2009, cuando Gloria Arellano de la Rosa fue a Juárez, México, a lo que ella creía que era una cita para tramitar su residencia (green card). Iba siguiendo los consejos de abogados y patrocinada por su esposo, con quien llevaba más de una década casada, pero lo que encontró fue una prohibición de 10 años para volver a ingresar a Estados Unidos porque antes de eso había cruzado ilegalmente después de que se le venciera la visa.

El Arizona Daily Star y La Estrella de Tucsón publicaron por primera vez la histora de esta familia en el 2015, en un reportaje en colaboración con Arizona Public Media titulado “Divididos por la ley: Una familia separada por la frontera”.

El mayor de los hermanos, Jim, de 25 años, es ahora el cuidador principal del papá, Arsenio de la Rosa, y está por obtener un certificado de asociado del Colegio Comunitario Pima. Planea inscribirse a la Universidad de Arizona para este otoño y entrar a las fuerzas de seguridad. Jim estuvo en la Corporación de los Marines por 4 años, pero tuvo que volver a Tucsón para ayudar a la familia.

Bill de la Rosa, de 24 años, graduó de Bowdoin College y está por obtener una maestría en estudios migratorios por la Universidad de Oxford. Planea hacer una segunda maestría en criminología y justicia criminal antes de volver de Inglaterra para obtener un título en leyes en Estados Unidos.

Bobby, de 13 años, está por entrar a 8avo y aún quiere ser veterinario. No tenía ni 4 años cuando a su mamá se le impidió volver.

Naomi, de 17, graduó de Pueblo High School con honores y una larga lista de materias adelantadas bajo el brazo, a pesar de los actos de balance de su propia vida que ha tenido que aprender a dominar desde los 9 años. Fue reconocida como Ciudadana Adolescente Sobresaliente de Tucsón (Outstanding Teen Citizen) y fue la Joven del Año en Arizona por la organización LULAC. Entrará en otoño a la Universidad de Arizona.

Cuando dijeron su nombre en la ceremonia de graduación sintió que se le cayó el corazón, dice, y se le llenaron los ojos de lágrimas porque sabía que sus padres y hermanos no estaban ahí para verla recibir su diploma. Pero ella sabía que desde lejos le echaban porras.

Su mamá la llamó esa mañana para decirle lo orgullosa que estaba de ella. “Eres una guerrera”, le repitió una y otra vez.

“Aunque no puedo estar contigo físicamente, estás en mi corazón”, le dijo Gloria.

Y aunque graduarse sin ellos no sería lo mismo, tampoco era algo nuevo, dice Naomi. Su mamá no había estado en su graduación de primaria ni cuando terminó la secundaria. En ambas ocasiones fue Lety Rodríguez, una amiga de la familia, quien la apoyó.

Y fue también Lety quien esta vez corrió hacia ella y la llamó “mi niña” mientras la abrazaba y la besaba. Vino desde Texas para verla graduar. ¿Cómo iba a perdérselo? Rodríguez ha visto por ellos cuando Gloria no ha podido, los lleva de compras, los aconseja.

Jim, por lo general más reservado, llegó tarde porque estaba comprándole un enorme arreglo de globos a Naomi, tal como ella quería.

Gloria llamó justo después de la ceremomia. Toda la tarde estuvo viendo el reloj, tratando de adivinar qué sucedía del otro lado de la frontera. ¿Cómo les fue? ¿Cómo se veía? ¿Cómo estaba? Quería saber.

“No podría estar más orgulloso de que ella sea mi hermanita”, escribió Bill en Facebook esa mañana. “Es inspiración, es amorosa y es una luchadora. Naomi, aunque mamá y yo no podemos estar ahí esta noche, estaremos ahí cuando recibas tu título de la universidad”.

Cuando su mamá les dijo que no podría regresar a Estados Unidos, la familia consideró brevemente mudarse a Sonora. Bobby de hecho lo intentó, pero entre todos decidieron que como ciudadanos norteamericanos, sus vidas, sus futuros, estaban aquí.

Así es que se quedaron, incluso cuando eso significaba crecer antes de tiempo.

Las ocupaciones de Naomi cada día empiezan temprano. A veces ella prepara el desayuno de su papá, para que Jim no tenga que hacerlo.

Le planta un beso a su padre en la frente, “pa’, ya me voy”, le dice. Que tengas buen día mijita, le responde él, con voz temblorosa.

Al regresar de la escuela la esperan la comida por hacer, la casa por limpiar y la tarea por terminar.

Conforme han ido creciendo, todos han tomado más responsabilidades.

Cuando Jim no está ahí, Bobby y Naomi ayudan a Arsenio a sentarse en el sofá o uno de ellos le sostiene la mano mientras el otro le corta las uñas, para asegurarse de no lastimarlo.

Gloria solía ayudar más con Arsenio allá en Nogales, pero el año pasado fue hospitalizada por un dolor y le diagnosticaron angina de pecho.

“No ha sido fácil”, dice Gloria, pero Dios la ha recompensado con sus hijos y ella se siente agradecida de que él no los abandona.

Un proposito mayor

En cuanto a Bill, aún lucha con la decisión que tomó de irse a Inglaterra.

“Fui muy afortunado antes de que nada trágico sucediera mientras yo estaba en la universidad”, escribió Bill. Pero ahora, conforme ve cómo se deteriora la salud de su papá, “pensé que esa sería la última vez que me despediría”.

También se siente egoísta. “No estoy seguro de si alguna vez estaré feliz con esta decisión. Creo que, a largo plazo, podré ayudar a mi familia con mayor fuerza”, escribió. “Y para poder dormir en las noches, me he convencido a mí mismo de que en todo esto hay un propósito mayor. Aunque tengo que llevar este peso, soy optimista sobre el futuro de mi familia”.

Habla con sus hermanos un par de veces por semana, hacen videoconferencia los domingos y siempre está en contacto con sus maestros y consejeros.

Bill se ve a sí mismo como una “mano invisible”, dice, para guiarlos sin que ellos se den cuenta en la dirección en que él quiere que vayan.

Él quería que Naomi siguiera sus pasos y fuera a Bowdoin, pero ella tiene su propio camino.

Decidió permanecer cerca de casa para ayudar a Jim y a Bobby y estar cerca de la familia.

“Al final de cuentas, nadie te va a entender más que tu propia familia”, dice ella. “Las cosas por las que tienes que pasar, las pasas con tu familia. Ellos son con los que más puedes contar y los que han pasado por lo mismo”.

Mientras la espera se va haciendo más corta, Naomi dice que no piensa mucho en cómo serán las cosas cuando su mamá esté de vuelta.

Pero Bobby sí.

“Yo les dije a mis amigos que estoy muy emocionado de llegar a mi primer año de preparatoria, porque es cuando mi mamá va a regresar”, dice.

Grandes expectativas

“Puedo citar investigaciones que muestran por qué nuestras leyes actuales de inmigración no funcionan, cómo están afectando a niños, familias, comunidades y a nuestro país a largo plazo”, escribió Bill. “Pero esto es cosa de empatía básica. Ningún niño debería nunca de tener que crecer sin uno de sus padres y ningún padre debería de ser separado de su hijo, especialmente por 10 años”.

Hay estudios que muestran que niños que crecen con padres indocumentados o padres que han sido deportados tienen menos probabilidades de que les vaya bien en la escuela y más probabilidades de vivir en pobreza. Es más probable que sufran depresión y ansiedad por la falta de estabilidad en sus vidas familiares.

Pero estos hermanos han ido contra las probabilidades y han superado las expectativas.

Para Naomi, no salir bien en la escuela y no tener éxito nunca fue una opción.

“Tenemos que hacer que mi mamá se sienta orgullosa”.

Desde el principio, ellos construyeron una red de apoyo, nunca han tenido miedo de pedir ayuda.

“Ella contactó a diferentes personas, diferentes maestros, cuando necesitó, construyendo su círculo de apoyo”, dijo Teresa Toro, quien ha sido consejera de Bill y de Naomi en la preparatoria Pueblo.

Nunca ha utilizado su situación como excusa, dijo Toro. “No bajó sus propios estándares”.

Mientras su experiencia hubiera hecho a muchos rendirse o cambiar su estado de ánimo permanente, Naomi no ha “permitido que lo que está viviendo opaque su personalidad amable y cariñosa”, dijo.

Por el contrario, agregó Eleazar Ortiz, maestro de español en Pueblo y quien les ha dado clases a los tres hermanos mayores, ella lo animaba a él con su sonrisa y su actitud positiva.

Dijo que uno de los momentos de más orgullo como maestro será haber tenido como estudiantes a los hermanos De la Rosa. “Quiero llevarlos siempre en mi corazón y quiero darles las gracias por haber pasado por mi salón”.

Aunque está próximo a jubilarse, dice medio en broma que consideraría quedarse más tiempo si Bobby dice que lo quiere como maestro.

¿Y cuál es el sueño de Naomi? “Es difícil, no sé”, dice, haciendo una pausa. “Simplemente tener una familia unida. Cuando mi mamá regrese, es como mi sueño, tener a la familia unida”.


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