En una mañana reciente, tempranito, cuando el calor empezaba a sentirse, una camioneta pickup entró al lote del Centro de Trabajadores del Sur, donde hombres y mujeres se reúnen seis días a la semana esperando a ser contratados.

Con un portapapeles en mano, Erik Gregorio, vestido con shorts, una camiseta oscura, gorra azul y tenis, saludaba con la mano al contratista que buscaba trabajadores para jardinería. Gregorio animó a otro jornalero a acercarse. Se amontonaron brevemente antes de que Gregorio y el jornalero se alejaran. El contratista se fue sin darle trabajo al jornalero.

“Quería pagar 11 dólares”, dijo Gregorio con voz exasperada. “Eso es sólo unos centavos más que el mínimo”. Explicó que él y el jornalero rechazaron la oferta porque temían que el contratista les estuviera mintiendo acerca del tipo de trabajo que se tendría que hacer. La camioneta del contratista estaba cargada con carretillas y palas, y no llevaba rastrillos ni otras herramientas típicas de la jardinería.

Los jornaleros necesitan trabajar, pero no serán explotados por contratistas…, dijo Gregorio, viendo a los aproximadamente 12 trabajadores que esa mañana esperaban una oferta con pago respetuoso.

Gregorio, residente de Houston y estudiante de segundo año en la Universidad Duke, en Carolina del Norte, tiene 19 años. Durante el verano es voluntario en el centro de trabajadores en South 10th Avenue y West 23rd Street, al sur del Barrio Santa Rosa.

Pudo haberse quedado en Carolina del Norte para tomar clases de verano en dos carreras en ciencias de la computación e ingeniería, y para jugar futbol, su pasión, o pudo haber regresado a casa para estar con su familia y ganar dinero con algún empleo de verano. En cambio, Gregorio decidió pasar ocho semanas en el centro obrero de la Iglesia Presbiterana del Sur.

“Siento como que esta es mi comunidad”, dijo Gregorio.

Él comprende lo que significa para los trabajadores inmigrantes el que no se les respete y se abuse de ellos. Su papá, trabajador de la construcción, tomaba trabajos de 10 horas por 100 dólares durante la recesión económica.

Gregorio conoce las batallas que están experimentando los trabajadores inmigrantes de Tucsón. Sus papás y un hermano son indocumentados. Y él también. Él es un “soñador” o “dreamer”, es decir, es recipiente de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, la residencia temporal que está en riego bajo el gobierno de Trump y el Congreso controlado por los republicanos.

Gregorio llegó a Tucsón el 21 de mayo, como parte del programa DukeEngage, el cual conecta a sus estudiantes con grupos sin fines de lucro de la comunidad en todo el país. Hay otros cuatro estudiantes de Duke en Tucsón, quienes vinieron invitadlos por BorderLinks, un grupo local de defensoría para inmigrantes que coordina programas de inmersión educativa.

“Yo elegí Tucsón”, dijo Gregorio, quien ya ha visitado la Nación Tohono O’odham y el centro de detención migratoria en Florence, y más adelante irá al desierto a llevar agua a las estaciones de ayuda.

Ni en Duke ni en Houston, Gregorio puede ver tan de cerca el rostro de la inmigración como lo hace aquí, en el Sur de Arizona.

Gregorio tenía 7 años cuando su mamá y un hermano dejaron su pueblo en Guerrero, al sur de México, para alcanzar a su papá, quien estaba trabajando en Houston. Otros dos hermanos suyos nacieron en Houston.

En Houston, dijo Gregorio, su familia no habla mucho de su estatus legal dividido. Su estatus legal no lo apartó de las actividades ni de la escuela, pero sí le ha impedido ver a sus abuelos y tíos que viven en México.

Pero, cuando se acercaba a su último año de preparatoria, Gregorio entendió que tenía pocas posibilidades de ir a una universidad pública. Su estatus legal y la falta de dinero en su familia lo destinaban a un colegio comunitario. Pero con sus altas calificaciones – egresó como uno de los cinco mejores de su generación (junto con otros dos “dreamers” también en el Top 5) con un promedio general de 4.5 – , Duke, una universidad privada de élite, lo aceptó y le otorgó una beca de tiempo completo.

Claramente entiende que es una persona privilegiada: Tiene un permiso temporal de trabajo. No puede ser deportado (a menos que su estatus de soñador sea abolido). Está estudiando en una de las mejores universidades. Pero también entiende que debe dar a los demás. Eso es lo que lo trajo a Tucsón.

“Ellos podrían ser mi familia”, dijo.

En el tiempo que ha pasado con trabajadores inmigrantes de Tucsón, ha podido comprender que ellos vivien con el miedo constante a ser deportados. Los trabajadores del sur de la ciudad, dijo, son inquietos. No es como en Houston, agregó Gregorio, donde inmigrantes como su papá viven y trabajan sin tanto miedo.

También ha aprendido algo sobre sí mismo: Se ha abierto a los demás con su historia personal. Conociendo las dificultades de los trabajadores inmigrantes, Gregorio dijo que es importante que otros escuchen sus historias y la de él mismo.

En este clima de creciente demonización de los inmigrantes como criminales, Gregorio cree que la gente debe conocer sobre su familia y los trabajadores honestos que ha llegado a conocer.

Mientras crecía, era reacio a hablar sobre su familia y su experiencia como inmigrante. Era algo que había que esconder.

No más.


Become a #ThisIsTucson member! Your contribution helps our team bring you stories that keep you connected to the community. Become a member today.

Ernesto “Neto” Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo en netopjr@tucson.com o al 573-4187.