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Desde Tucsón: Obreros y músicos, Los Líricos le cantan a la ilusión

Por Ernesto Portillo Jr.

La Estrella de Tucsón

El sol se ocultaba detrás del Cerro de la “A” cuando del porche de una casa del Barrio Santa Rosa salían, para dispersarse en el atardecer, los festivos sonidos de las guitarras, el contrabajo y los tambores.

Pedro y Los Líricos ensayaban para una tocada próxima, repasando las canciones que el cuarteto tenía planeadas para la presentación en una cafetería hípster del centro de la ciudad. Era música alegre, entre norteña, cumbia y ranchera, comúnmente escuchada en los barrios del sur.

El grupo es uno de los conjuntos que nacen en los barrios de inmigrantes de Tucsón, manteniendo viva la música de la diáspora mexicana. Comparten sus ritmos ancestrales y su cultura común. A través de la historia de Tucsón, los inmigrantes han compartido sus lazos musicales, como el pionero de Tucsón Federico José María Ronstadt, inmigrante nacido en Sonora que a principios del siglo 20 lideró al Club Filarmónica Tucsonense con presentaciones semanales. Su legado vive en sus descendientes y en los grupos nuevos como Pedro y Los Líricos.

Este grupo se creó hace menos de dos años, a unas cuantas cuadras de donde ensayaban la semana pasada.

Los cuatro se conocieron en el estacionamiento de la Iglesia Presbiteriana del Sur, en South 10th Avenue y West 23rd Street, donde cada mañana se reúnen jornaleros en busca de una chambita.

Empezaron a platicar, y una cosa llevó a la otra. Pedro Ríos dijo que él tocaba el bajo y el acordeón. Gerardo Ruiz López dijo que él tocaba la guitarra. Resultó que Pablo Hernández tocaba el requinto y el violín. Y Raymundo Chávez dijo que él podía seguir el ritmo con los tambores.

“Cada quién traía su estilo y no nos sincronizamos de inmediato”, dijo Ruiz López.

Sin embargo, después de unos cuantos meses el grupo hizo su debut en Most Holy Trinity Catholic Church, al oeste de la ciudad, para celebrar el décimo aniversario del Centro de Trabajadores del Sur. Tuvieron unas cuantas presentaciones más, y el año pasado subieron al escenario del festival Tucson Meet Yourself. Y a fines de ese año empezaron a tener una presentación mensual en Exo Roast Co., en 403 N. Sixth Ave.

“Y aquí estamos”, dijo Ríos, originario de Jalisco, y quien tocó en bandas cuando estuvo trabajando en California.

Son músicos autodidactas. No leen la música, la tocan de oído.

“Tuvimos que darle tiempo”, dijo Chávez, el percusionista, de 45 años.

Lo que empezó como un hobby se ha convertido en algo más serio. Lo hicieron por amor a la música. Impulsados por la recepción que han tenido, Los Líricos han ido ganando confianza. Su repertorio es de al menos 100 canciones.

“Sí, nosotros podemos”, dijo Ruiz López, haciendo eco de la convicción del grupo.

Aunque el grupo encuentra satisfacción al tocar frente al público, compartir la alegría de su música y la belleza y profundidad de su cultura, también hay sentimientos de preocupación. Esos sentimientos no son perceptibles para las parejas entregadas a la música en la pista de baile ni para los escuchas que desde sus mesas siguen el ritmo movimiendo la punta de sus pies.

Los Líricos son orgullosos inmigrantes trabajando en nuestras colonias y contribuyendo a nuestro bienestar. Aun así, ellos saben que como individuos y como grupo son cada vez más despreciados y vistos como amenaza. Al momento en que ellos ensayaban, y mientras hablaban en tono optimista sobre sus canciones, el presidente Trump daba su discurso sobre el Estado de la Unión en el que, una vez más, exaltó su agenda nacionalista. Es una agenda poco acogedora y que culpa y menosprecia a inmigrantes como Los Líricos.

No todos los integrantes de Los Líricos son ciudadanos estadounidenses o residentes legales. Uno de ellos tiene familia en México. Otro tiene un hijo ciudadano americano y un hijo “dreamer”, es decir, es un inmigrante con el estatus temporal que lo protege de la deportación y cuyo futuro se ha convertido en un juego político. El grupo sabe cómo van las cosas hasta ahora, pero no está seguro de cómo terminarán.

“No sé qué va a pasar”, dijo Ruiz López, nacido en Chiapas, y quien tiene una orden de deportación.

Lo que saben es que vivir y trabajar en la incertidumbre es difícil. Pero estos tacatacas se guardan su miedo. Ellos piensan que su música trae alegría a su público, entre quienes podría haber gente experimentando en sus vidas obstáculos legales y personales similares.

“Cuando vemos a la gente sonreír, sabemos que la música saca lo que uno trae adentro”, dijo Hernández.

Los Líricos son generalmente apolíticos en su música, pero cantan canciones como el “Corrido de Juanito”, que habla de la trepidación que diariamente enfrentan los trabajadores indocumentados en Estados Unidos. Es real.

Más de una vez, mientras han estado trabajando en jardinería en las colonias cerradas de los Foothills, los vecinos han llamado a la policía para que investiguen a unas personas “sospechosas”, dijo Ruiz López, de 40 años de edad, quien está casado con una ciudadana norteamericana. “Nosotros limpiamos sus casas y sus patios, pero no nos quieren”, agregó.

También podrían escribir una canción sobre el día en que la mamá de Hernández murió en su natal Veracruz. Las leyes migratorias no le permitieron viajar a enterrar a su mamá.

A pesar de las preocupaciones y dificultades diarias de Los Líricos y de la comunidad que representan, la música refuerza su espíritu. Encuentran propósito y unidad en sus canciones y en sus presentaciones.

“Representamos a esa gente que no tiene miedo”, dijo Ruiz López. “Y a través de nuestra experiencia y nuestra música, mostramos nuestra unión, nuestra fuerza”.

Están viviendo su música.


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Ernesto Portillo Jr. es editor de La Estrella de Tucsón. Contáctalo al 573-4187 o en netopjr@tucson.com.