Esta vez fui yo quien tocó a su puerta. I.K. Bruto, quien usualmente me llama a mí, no estaba sorprendido de verme parado afuera de su casa en el oeste de la ciudad.

“Sé por qué estás aquí”, dijo mi viejo amigo imaginario. “Te vas del periódico”.

Yep. Tomemos un café y platiquemos, le dije mientras entraba a la casa.

Yo sabía, claro, que mi trabajo en el Arizona Daily Star y La Estrella de Tucsón terminaría algún día. Simplemente no sabía cuándo. Pero ese día llegó el viernes 28 de junio, después de que en abril acepté una oferta de jubilación anticipada del corporativo en Iowa.

Mientras se oía una canción de Santana desde otra habitación, Bruto llenó de café las dos tazas con imágenes de Tucsón, una con el viejo logotipo en rojo brillante de Jácome y la otra de Poblano Hot Sauce. Me dijo: “Diecinueve años es un buen número. Apuesto a que nunca pensaste que ibas a durar tanto tiempo escribiendo columnas sobre Tucsón, ¿o sí?

Nope, dije con mi voz melancólica.

No sabía qué esperar en el año 2000, cuando empecé a escribir columnas para el periódico de mi ciudad, el cual -lo digo con orgullo- yo repartí de niño en el oeste de la ciudad, alrededor del Hospital St. Marys.

Escribir columnas fue un paso nuevo en mi carrera periodística, misma que inicié en 1981 como reportero aquí en La Tusa y continué en Massachusetts y San Diego antes de volver en el 2000 para cerrar el círculo. Ha sido un gran viaje.

En esos 38 años, lo que yo quería hacer era contar historias de la gente, sobre sus vidas, sus sueños, sus éxitos y sus miedos. Pero cuando volví a casa fortalecido con una nueva misión, quería compartir las historias de las familias de Tucsón, tanto de las que habían estado aquí por generaciones como de las recién llegadas. Quería celebrar a los migrantes, sin importar su estatus migratorio, compartiendo sus historias de perseverancia, trabajo arduo, dedicación y angustia.

Como hijo de una orgullosa tucsonense y de un padre igual de orgulloso de su natal Chihuahua, México, quienes me llenaron de amor por Tucsón, y como esposo de Linda Portillo, nacida en Tucsón y cuya familia tiene profundas raíces en Sonora, yo tenía un amplio y profundo entendimiento de Tucsón y nuestra región fronteriza. Esto me dio la entrada a las casas y las vidas de la gente. Las personas y las familias me confiaban sus historias y sus palabras.

“Compa, un montón de gente apreciaba tus narraciones sobre la cultura y la historia de Tucsón, su música y sus barrios”, dijo Bruto. “Y no olvidemos tus columnas sobre -¿puedo decirlo?- gentrificación”, dijo por encima de los afligidos versos de “Barrio Viejo”, de Lalo Guerrero, una canción de este intérprete tucsonense en la que lamenta la pérdida de su querido barrio en el centro de la ciudad.

Bruto y yo pasamos mucho tiempo platicando, algunas veces de forma tersa, sobre la gentrificación de Tucsón, especialmente de cómo está afectando y cambiando nuestros viejos e históricos barrios. Usualmente él era contundente. Nunca dudaba de hacerme ver cuando yo estaba mal. Bruto apareció por primera vez en mi columna en mayo del 2006. Luego desapareció, pero regresó hace dos años.

Otros, gente real, también han aparecido una y otra vez en mis columnas.

En el año 2000 escribí sobre Marta Ureña y sus tres hijos, quienes casi perdían la casa de Habitat for Humanity, en cuya construcción habían estado trabajando ella y su esposo. Alberto, su esposo, ciudadano de este país, había muerto de un infarto al corazón antes de que la casa estuviera terminada. Ureña estaba preparada para perder la casa porque ella era indocumentada y no podía trabajar legalmente para cumplir con la hipoteca. Pero un donador anónimo intercedió y pagó los 60 mil dólares que debían.

Luego, a principios del 2015, volví a visitar a la familia Ureña en su casa de Habitat cerca del Sentinel Peak. La hija más grande, Ana Ureña, estaba a punto de graduar de la Universidad de Arizona y su mamá estaba a la espera de que ese mismo año le llegara su residencia legal. La misma persona que había donado antes y cuya identidad seguía siendo secreta para la familia les dio la estabilidad para que Ureña y sus hijos lograran sus sueños y objetivos.

“No te puedes ir”, dijo Bruto en voz alta. “Tienes que seguir escribiendo”.

Me reí entre dientes. Él estaba canalizando a mi madre. Le dije a mi alter ego que le bajara al drama. No soy indispensable, le dije.

“Está bien, tienes razón. En realidad no te necesitamos”, dijo burlándose, pero luego se puso serio. “Lo que sí necesitamos son más voces en los medios que reflejen los barrios y las crecientes y diversas comunidades de Tucsón, las nuevas y las viejas. Necesitamos más artículos sobre la historia y la cultura de Tucsón para entender de dónde venimos y a dónde vamos”.

Bruto se estaba acelerando y no era por la cafeína. Es su estado normal.

“Ahora más que nunca, en estos tiempos de prueba necesitamos más discursos públicos y fuertes. Las comunidades inmigrantes están bajo asalto. Los niños están siendo separados de sus familias y detenidos en campos de concentración. Sí, eso dije: campos de concentración”, resaltó Bruto, alargando las palabras.

Habrá otros, le respondí. En un determinado momento, una chispa encenderá a un joven latinx de Tucsón. Me acuerdo cuando yo viví ese momento.

Fue a principios de los 80’s. Yo estudiaba en la UA y trabajaba en la estación de radio en español de mi papá, la KXEW, una fuente crítica de información para la comunidad latina. La estación y la clínica de salud mental La Frontera, que entonces sólo tenía un pequeño local para operar en Sur Tucsón, por South Sixth Avenue, realizaron un radiotón para recaudar dinero para construir nuevas instalaciones donde antes estaba un viejo corral de ganado en West 29th Street y la carretera I-10.

Llegaron montones de gente a apoyar a la clínica bilingüe. Fue un enorme evento familiar. Hubo música, discursos y ríos de personas que pasaban por el escenario y donaban cualquier cantidad de dinero, lo que pudieran. Siempre recordaré a una pequeña abuelita que sacó un monedero de su sostén y lo vació en la caja del dinero.

Fue hermoso, un inspirador encuentro de las comunidades de chicanos de Tucsón y los migrantes. Y no se dijo ni una sola palabra del evento en ninguno de los diarios de ese tiempo, el Arizona Daily Star y el Tucson Citizen.

Me enojé. Escribí una carta al Daily Star criticando su falta de cobertura y de respeto por la comunidad mexicoamericana de Tucsón. Me quejé de la falta de un retrato más amplio de Tucsón.

He llevado esto conmigo por más de 40 años.

“Hiciste lo que tenías que hacer”, dijo Bruto con un dejo de tristeza. Pero luego agregó: “Vayamos a hacer algo más. Vámonos de aquí y hagamos un buen desmadre mientras nos divertimos”.

Ya dijiste.


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Ernesto Portillo Jr. fue columnista del Arizona Daily Star por 19 años y editor de La Estrella de Tucsón desde 2007.