Hace ya más de dos años, cuando inició la pandemia y nos pidieron encerrarnos en casa para evitar contagios de una enfermedad todavía desconocida, al tiempo que cerraron intempestivamente los restaurantes, los que no sabíamos cocinar tuvimos un problema logístico qué resolver. La necesidad más básica de todas, comer, se presentó de un día para otro para algunos de nosotros con la novedad de que no teníamos ni los conocimientos ni el talento natural para preparar nuestros propios alimentos.

Los consejos bienintencionados y hasta las recetas de las personas a las que les compartía que ya me había cansado de repetir los dos o tres platillos que medio sabía preparar no fueron suficientes. Aunque podían comerse y evitar la inanición, preparados por uno mismo, casi ninguno sabía humanamente satisfactorio.

Cónsul Barceló.

De cualquier modo, era 2020 y las soluciones a todos los apuros se podían encontrar en un tutorial de YouTube. Así que empecé a explorar y encontré una joya inesperada: en un canal con el nombre “De mi rancho a tu cocina”, Doña Ángela compartía videos con recetas mexicanas tradicionales. Hubo algo que de inmediato me atrapó.

A diferencia de otros canales de recetas, en éste la producción era mínima. Doña Ángela, ya entrada en años, no se explayaba en comentarios al calce, ella simplemente describía lo que estaba haciendo, con la voz suave y tranquila de quien tiene una vida sencilla. No había un set de televisión, sino una cocina rural que, en vez de estufa, tenía un fogón donde pasaban todos los milagros. Sus instrumentos de cocina eran, como los recordaba en casa, un conjunto de objetos inconexos que parecían haberse ido acumulando por años, llegados quién sabe de dónde o traídos quién sabe por quién, pero que realizaban su función al gusto de quien cocinaba.

Doña Ángela, mientras preparaba las recetas desde un pueblo de Michoacán, me daba un respiro a la ansiedad que causaba la incertidumbre de la pandemia y de los efectos que dejaría en nuestras vidas. Si, por un lado, cada par de horas buscaba el aumento de casos en el mundo, por otro, me reconfortaba escuchar sus palabras dulces y claras: “mueles la salsa, bien molidita; picas la cebolla, bien picadita; escurres las papas, bien escurriditas”. O su proverbial “un poquito de sal” mientras agregaba un rotundo puño de sal.

Los comentarios que dejaban todos los que, como yo, estábamos disfrutando sus videos de cocina más de lo que hubiéramos esperado, eran también muy reveladores. Me gustaba leerlos, pues los encontraba conmovedores. Había una coincidencia, una emoción común que no tenía que ver con la comida en sí: era la nostalgia por el hogar, por el sentimiento de estar en el hogar, por los recuerdos de niñez y los momentos más entrañables con la abuela o la madre preparando los alimentos.

Pronto, millones de personas nos convertimos en fans de la “abuelita más querida de YouTube”. Algunos iban para buscar recetas, pero apuesto a que la mayoría lo hacíamos para escuchar los sonidos auténticos de una cocina familiar que nos conectó con recuerdos muy profundos. Tan hondos que podíamos casi sentir los olores y el cariño de estar compartiendo la comida en familia, participando del proceso con todos los sentidos.

Septiembre es el mes en que las personas mexicanas celebramos nuestra identidad, con el buen pretexto que nos ofrecen las fiestas patrias. La manera de celebrarla, como no podría ser diferente, está impregnada de rasgos distintivos de nuestra cultura. Al reflexionar sobre qué exactamente es nuestra cultura, pregunta que admite demasiadas respuestas, pensé de inmediato en Doña Ángela y cómo la comida que consideramos “nuestra” lo es porque nos conecta profundamente con recuerdos entrañables.

La cultura e identidad no son conceptos ajenos a las experiencias personales. Tienen sentido si reflejan lo que somos, lo que hemos sido, lo que hemos recibido de nuestros ancestros y que vamos a heredar a las generaciones que vengan. La celebración de nuestros orígenes culturales es un repaso de las alegrías y los significados de la comunidad a la que pertenecemos, por eso este septiembre cada quien puede dar “El Grito” y decir con orgullo ¡Viva Tucsón y Viva México!


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El sonorense Rafael Barceló Durazo es diplomático de carrera, cónsul de México en Tucsón. Encuéntralo en redes sociales como @barcelodurazo.