El Winnie the Pooh que la mayoría de la gente conoce es el de Disney, obviamente, y todas las aventuras que la famosa compañía de Mickey Mouse ha llevado a la pantalla (chica o grande) sobre este oso que camina sobre dos patas y que posee un carácter bonachón son historias llenas de lecciones de vida dirigidas al público infantil.

En cada episodio, el oso se hacía acompañar de sus amigos Tigger (quien cuenta ya con su propia película), Piglet, Eeyore, Rabbit, entre otros, pero sobre todo por el infante Christopher Robin, con quienes vivía aventuras simples y fáciles de digerir por su audiencia.

Fue el inglés Alan Alexander Milne quien creó a este popular personaje y escribió sus aventuras, basándose en su propio hijo (llamado Christopher Robin) y los peluches que este poseía y con los que jugó gran parte de su infancia (existe, incluso, un museo que exhibe los peluches reales).

Resalta el hecho de que Milne no escribió los libros para su hijo (éste llegó a asegurar que su padre nunca se los leía) y que tampoco los concibió como infantiles; lo anterior queda claro al revisar los libros originales, los cuales presentan un sentido del humor semiadulto y personajes con matices psicológicos difíciles de apreciar por el lector infantil.

“Christopher Robin” (Marc Foster, 2018) significa un regreso más a este mundo de fantasía (el creado por Disney), el cual retoma la vida adulta del antes pequeño Christopher (el personaje ficticio, no el hijo real de Milne), quien ahora es un hombre que vive en medio de preocupaciones propias de alguien maduro y lleno de responsabilidades.

El Christopher (Ewan McGregor) que muestra el filme de Foster (World War Z, Monster’s Ball…) es el típico padre de familia que Hollywood no se cansa de presentar para establecer sus historias estándar: un sujeto enfocado en su vida laboral, una esposa (Hayley Atwell) que le lanza miradas recriminatorias por su adicción al trabajo y una pequeña hija (Bronte Carmichael) que le reclama que casi nunca lo puede ver.

En medio de esta pesadumbre laboral/familiar, Christopher, sentado en la banca de un pequeño parque, se reencuentra ni más ni menos que con un amigo muy querido de su infancia: su leal oso de peluche Winnie the Pooh (voz de Jim Cummings).

Luego de digerir la sorpresa y adjudicar la situación a una alucinación por el estrés que está atravesando, a Christopher no le queda de otra que escuchar a Winnie, quien le explica la razón por la cual tuvo que dejar su hogar en el Bosque de los Cien Acres para llegar hasta él en Londres: “Ha perdido a sus amigos y necesita su ayuda para encontrarlos”.

Luego de lo anterior, la cinta se convertirá en la delicia de quienes crecieron con las aventuras de Pooh y sus amigos Tiger, Piglet y el resto, pues el reencuentro dará lugar al regreso del propio Christopher a una infancia feliz que había quedado en el olvido.

Pero este episodio no será suficiente para resolver su complicada situación, aunque eso no importa, ya que, si antes era el pequeño Christopher quien salvaba a sus amigos, serán ahora éstos quienes lo alivien de sus problemas y lo ayuden a recordar quién es en realidad.

Dos notas antes de terminar. Primero: la cinta tiene el mérito de presentar al propio Pooh y sus amigos como peluches reales, los cuales lucen gracias a una animación digital de primer nivel. Segundo: queda pendiente una cinta que ahonde en la compleja situación que vivieron el autor de los libros con su hijo, el Christopher Robin real, quien renegó del hecho de haber sido utilizado para el éxito literario de su padre.

Hasta la próxima.


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