Para La Estrella de Tucsón

Hay un dicho muy popular que dice “muerto el niño, a tapar el pozo”, y eso fue exactamente lo que ocurrió en el caso de un menor de escasos 8 años, originario de Palmdale, en Los Ángeles, Califronia.

La tragedia que vivió en vida fue ignorada por todos aquellos que pudieron evitarla, pero una vez muerto logró que todos pusiera atención a su caso (finalmente) y se movilizaran para protestar e intentar evitar casos similares; hay que decir que su maestra y un policía sí hicieron lo posible por ayudar, pero fueron ignorados.

“The Trials of Gabriel Fernandez” (Brian Knappenberger, 2020) es una serie documental de Netflix (muy bien realizada, por cierto) que atrapa al espectador desde un inicio. A través de su desarrollo, seremos testigos de la trágica vida de un pequeño torturado y asesinado por su propia madre y su padrastro, pero que pudo haber sido salvado en muchas ocasiones.

Al mismo tiempo, veremos también las distintas circunstancias (machismo, negligencia institucional y familiar, crueldad humana…) que se combinaron para crear la tragedia.

La niñez de Gabriel había transcurrido relativamente bien, tomando en cuenta las circunstancias de su nacimiento, como el que su madre no quisiera tenerlo y lo hubiera regalado a su hermano gay y su pareja. Pero el machismo del abuelo no iba a permitir nunca que a su nieto lo criaran dos homosexuales (en donde estaba muy bien atendido y era feliz), así que, en cuanto fue posible, fue enviado de regreso con su madre y su pareja de ese momento. Fue ahí cuando comenzó a gestarse la tragedia.

Contada en seis capítulos bastante conmovedores de alrededor de 45/50 min., la serie documental pone en evidencia la negligencia de los familiares (quienes luego lamentan su descuido), de los trabajadores sociales asignados al caso (quienes mintieron en sus registros y alegaron sobrecarga de casos) y, sobre todo, exhibe la increíble crueldad de una madre inhumana y un padrastro cruel, quienes pasaron 6 meses sometiendo al menor a terribles torturas. La razón de tales acciones resulta todavía incomprensible.

El documental ofrece una satisfacción que, la verdad, consuela muy poco: el arresto, juicio y condena del par de padres, así como el proceso legal de los trabajadores sociales que, con su negligencia, dejaron desamparado al infante, entregándoselo a sus torturadores.

A través de los capítulos aparecen varias interrogantes: ¿Por qué creer la versión de la madre cuando se le pregunta sobre las heridas que presenta su hijo, cuando es ella la presunta responsable? ¿Cómo un trabajador social se retira de una reunión en donde puede verificar las recientes heridas del menor, argumentando que ya terminó su horario normal y su jefe le demanda que se retire para no generar horas extras? ¿Por qué un abuelo prefiere que su nieto viva con una madre que lo maltrata y no con una pareja homosexual que lo quiere y lo protege?

Ver este documental me hizo recordar una conversación con uno de mis mejores amigos, quien decía que, luego de convertirse en padre, no podía ver historias en donde se maltratara a menores. Y créanme que este amigo tenía estómago para las historias más crudas.

La verdad no puedo hacer otra cosa que insistir en que busque y vea este documental, porque los niños, debido a su edad y a no ser tomados en serio, son las personas más vulnerables de una sociedad.

Los detalles de la tortura prefiero guardármelos para que las descubra por usted mismo a través de los distintos episodios de este excelente documental. No se preocupe, no tendrá que ver los estragos físicos de manera gráfica, así que no sufrirá en exceso, pero sí se conmoverá lo suficiente como para hacerlo pensar seriamente sobre este problema.

Tal vez lo mejor de este trabajo es que, sin duda, logrará sensibilizar al espectador de tal forma que su primera reacción al detectar una situación así será denunciar.

¡Hasta la próxima!


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