Cuando ves a Mónica Velasco pararse frente a la gente y la oyes hablar, solo puedes pensar en la fuerza de la mujer mexicana de raíces indígenas.
Y te hace recordar a otra gran oaxaqueña recientemente famosa, Yalitza Aparicio, la protagonista de la película Roma. Como Yalitza, Mónica también quería ser maestra en su natal Oaxaca, en el sureste de México, uno de los estados más ricos en cultura, tradición y recursos naturales, pero de los que tiene más alto índice de pobreza.
En el año 2006, cuando la crisis política llevó a los maestros de ese estado a una prolongada huelga y Mónica no pudo seguir su vocación, decidió seguir un camino que antes no había estado en su horizonte: el camino al Norte.
Atravesó el desierto a pie y se reunió en Tucsón con su novio, que se había venido a trabajar. Mónica tenía 19 años. “Yo pensaba que ya era una adulta”, dice. “Pero no”.
Después quedó embarazada, dejó el trabajo y vino el encierro. “Era muy difícil para mí, porque quería seguir trabajando, pero con la niña… no tenía con quién dejarla, ni un familiar… No conocía ni a los vecinos”.
Mónica no conducía ni hablaba inglés. Su pareja trabajaba todo el día. “Yo sabía que yo tenía que ser fuerte por las niñas”, que al poco tiempo ya eran dos, dice.
Hasta que llegó un tercer bebé y sintió que no podía más. Estaba dispuesta a regresar a su tierra con sus hijos.
“Había muchas deportaciones con Obama, veía las noticias, y me iba a ir, pero en las citas médicas la doctora vio algo extraño en el bebé”, cuenta Mónica, de 32 años. Ahora se sabe que el niño de 10 años es autista. Una neuróloga le dijo que tanto al niño como a ella les ayudaría socializar un poco.
Fue una conocida suya del trabajo de lavaplatos quien la invitó al grupo entonces llamado Corazón de Tucsón, ahora Paisanos Unidos, en la Iglesia Presbiteriana del Sur.
“Justo estaban planeando la festividad del Día de Muertos cuando entré”, dice la hoy líder de Paisanos Unidos y del jardín comunitario Las Milpitas. “El grupo me ha dado mucho, ahí me he educado y conocido a muchas de mis amigas”.
La dinámica en el grupo la llevó a tomar cursos y después ofrecerlos a otras personas. “Al principio no quería ni pararme enfrente, pero había que ayudar a dar la junta”, dice.
Mónica ahora colabora con otras organizaciones como la Coalición de Iglesias Santuario, donde ha aprendido de “la necesidad de hacer alianza con personas que tienen cierto poder.
“Les hemos dado los entrenamientos también a personas que tienen privilegios. Y que yo les esté enseñando a ellos, para mí es mucho, es grande”, dice la también voluntaria del Proyecto Florence, que brinda talleres para que las familias con padres indocumentados estén preparadas en caso de deportación.
Lo que Mónica ha hecho con su vida ya no lo detiene nada, ni su estatus migratorio.
“Así como pude crece aquí y prácticamente ya llevo la mitad de mi vida en Estados Unidos, si me regresan eso no me va a detener”, dice Mónica. “Allá también puedo ayudar para ir a despertar a mis mujeres que necesitan organizarse”.