Este reportaje fue creado por La Estrella de Tucsón con el apoyo de Solutions Journalism Network, una red que capacita y conecta a periodistas para reportar cómo responde la gente a los problemas. Esta entrega es una de varias que exploran cómo el COVID-19 está impactando a la comunidad Latina de Tucsón y qué soluciones están surgiendo para ayudarla.
Paola recuerda sufrir de ansiedad y depresión desde que tenía 10 años.
Antes de la pandemia del coronavirus, Paola, quien pidió no utilizar su nombre completo, estaba tomando antidepresivos.
Su ansiedad la hace pensar demasiado en el peor de los escenarios, dijo en una entrevista por correo electrónico.
Con la pandemia, esos pensamientos empeoraron.
Comenzó a pelear más con su novio, convencida de que él no la amaba y solo estaba con ella por las niñas, dice Paola.
“Así que pensé, ‘si no estoy viva, no tengo que preocuparme por nada de esto. Puedo ‘dormir’ para siempre”, dijo. “Cuando empecé a pensar en qué escribir en mi nota de suicidio y en mis cartas a mis seres queridos, fue entonces cuando busqué ayuda”.
Llamó a COPE Community Services, una clínica de salud mental y fisica, y fue evaluada y diagnosticada con depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático (PTSD, por sus siglas en inglés), tendencias bipolares y desódenes obsesivos-compulsivos (TOC). Le recetaron más medicamentos e inició sesiones de terapia, que dice que han ayudado.
Paola no está sola.
Según el sitio web de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), “el miedo y la ansiedad por una nueva enfermedad y lo que podría suceder pueden ser abrumadores y generar emociones fuertes tanto en adultos como en niños”.
Cuando el coronavirus comenzó a afectar a los residentes de Arizona, AHCCCS, el programa de medicaid del estado, solicitó una subvención del gobierno federal.
El estado recibió $976,751 dólares para crear un programa de asesoramiento en caso de crisis en respuesta a la pandemia. El programa Arizona Resiliente (Resilient Arizona), administrado a través de la Red de Respuesta a las Crisis (Crisis Response Network), atendió a 2,610 personas del 30 de abril al 7 de septiembre.
El financiamiento inicial era para cinco meses. Utilizando datos y evidencia de la necesidad de la subvención inicial, el estado obtuvo una segunda subvención de $2.3 millones para extender el programa hasta el 2 de junio de 2021.
Las crisis humanitarias disparan la ansiedad
Christopher Anderson, gerente del programa de manejo de emergencias de la la Red de Respuesta a las Crisis, dice que Resilient Arizona era muy necesario, porque los desastres, como una pandemia, hacen que la mayoría de las personas sientan algún tipo de angustia, desesperanza, irritabilidad, fatiga o ira.
“Se prevé que la prevalencia de trastornos mentales comunes como la depresión y la ansiedad aumente a más del doble durante una crisis humanitaria, una pandemia o un desastre”, dijo Anderson.
El objetivo del programa Arizona Resiliente es mitigar el efecto de la pandemia antes de que se convierta en una enfermedad diagnosticable a largo plazo, dijo Anderson.
“Para la mayoría de la gente, esa angustia mejorará con el tiempo”, dijo. “Pero se estima que aproximadamente el 9% de la población afectada por un desastre desarrollará un trastorno mental de moderado a grave”.
El programa es gratuito y anónimo y se puede acceder marcando al 2-1-1, una línea de ayuda estatal que administra la Red de Respuesta a las Crisis.
Esta red ha contratado a seis proveedores en todo el estado, y La Frontera Center brinda servicios en el área de Tucsón.
Los consejeros enseñan a las personas cómo manejar el estrés durante la pandemia y pueden canalizarlas a servicios a largo plazo, dijo Anderson.
Los servicios están disponibles en español e inglés, algo que Anderson dijo que era importante para garantizar que todos en el estado tengan acceso al programa.
De las 2,316 personas que utilizaron el programa de asesoramiento en caso de crisis entre el 30 de abril y el 30 de agosto, aproximadamente el 23% se identifica como hispano y cerca del 10% habla español, dijo Anderson.
Su jardín la ayudo a sanar
Antes de buscar ayuda, la ansiedad de Paola no paraba.
“¿Y si nos enfermamos? ¿Qué pasa si no podemos trabajar y no podemos pagar la renta (ahora hipoteca)? ¿Qué pasa si nos desconectan el Internet y los niños no pueden ir a la escuela? ¿Qué pasa si mi mamá, que tiene un alto riesgo, se enferma y no la hace?”, pensaba.
Tenía varios ataques de pánico y ansiedad a diario. Tenía miedo de levantarse por la mañana, estaba irritada con todos y con todo, y perdía la paciencia con sus tres hijas y con su mamá más rápido que antes de la pandemia.
Medicina y terapia han ayudado a Paola a mirar hacia un futuro más prometedor.
También se ha dedicado a la jardinería recientemente y ahora la reconocen en su vivero local, dice.
“¡Nunca en mi vida había podido mantener viva una planta y ahora las estoy cultivando!”, dijo. “No hay nada como poner semillas diminutas en el suelo y verlas brotar y crecer. Paso horas afuera plantando en macetas y plantando y replantando y organizando y fertilizando. Es pacífico para mí. Espero poder salir y cuidar mis plantas todos los días”.
Barreras de la comunidad latina
Paola dice que la gente de COPE fue de gran ayuda, pero dar el paso inicial para pedir esa ayuda no fue fácil. Tenía miedo de lo que pensarían su familia y amigos.
“Creo que mi experiencia tiene mucho que ver con mi renuencia a buscar ayuda”, dice. “No existe la depresión o la ansiedad para los mexicanos. Al menos no la generación anterior. Me gusta pensar que los millenials estamos empezando a deshacernos de eso”.
Paola dice que todavía existe un estigma en torno a la salud mental, especialmente en la comunidad hispana, donde la depresión es vista como una excusa que la gente usa para ser perezosa y la ansiedad es vista como una forma de llamar la atención.
“Lo único que importa es qué tan duro trabaja una persona”, dijo. “Y cualquier cosa que se interponga en ese camino se considera una excusa” en la cultura mexicana y latina en general.
Yazmín García, gerente de programas entre pares de la Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales (NAMI, por sus siglas en inglés) del sur de Arizona, ha visto ese estigma al facilitar grupos de apoyo en español y promover la defensa de la comunidad hispana.
Dice que las personas en el grupo de apoyo, generalmente miembros mayores de la comunidad hispana, se muestran reacios a buscar ayuda; hay un tabú.
“Les cuesta trabajo aceptar que algo está pasando con la salud mental”, dijo.
Según NAMI, “las comunidades latinas e hispanas muestran una vulnerabilidad similar a las enfermedades mentales que la población blanca, sin embargo, enfrentan disparidades tanto en el acceso como en la calidad del tratamiento”.
A nivel nacional, alrededor del 33% de los adultos hispanos reciben tratamiento por enfermedades mentales anualmente, en comparación con el promedio de Estados Unidos del 43%, dice el sitio web de NAMI.
Las comunidades latinas e hispanas enfrentan barreras idiomáticas, es menos probable que tengan seguro médico y la falta de competencia cultural dentro del campo médico puede causar un diagnóstico erróneo, según NAMI.
“Por ejemplo, pueden describir sus síntomas de depresión como “nervios”, cansancio o como una dolencia física. Estos síntomas son consistentes con la depresión, pero los médicos que no están capacitados en cómo la cultura influye en la interpretación de los síntomas de una persona pueden asumir que se trata de un problema diferente”, dice NAMI.
‘Desempaquetando años de trauma histórico’
Alyssa, quien también prefiere que no se publique su nombre completo, sabe lo que es luchar para dar ese primer paso.
Trabaja para la Universidad de Arizona en el campo de la salud y el bienestar y ayuda a otros con acceso a servicios de salud, seguros y abuso de sustancias.
A pesar de su experiencia trabajando para ayudar a otros a cuidar su salud mental y conductual, le tomó un tiempo buscar terapia para su propia ansiedad y “tendencias” obsesivo-compulsivas, escribió en un correo electrónico.
“Finalmente, me di cuenta de que por mucho que estuve trabajando en el campo de la salud del comportamiento y el campo de la salud mental, siempre apoyé la terapia para otras personas, pero nunca me di cuenta de que se estaba convirtiendo en una necesidad para mí”.
Comenzó la terapia hace un año y dice que dar el primer paso para inscribirse fue un desafío, en gran parte debido al estigma en torno a la búsqueda de ayuda profesional que existe en la comunidad latina.
“Me tomó un tiempo inscribirme en la terapia, porque la terapia se ve como una debilidad en mi cultura y mi familia”, dice.
Alyssa dice que su madre incluso le preguntó por qué sentía que necesitaba terapia.
“Fue una conversación incómoda defender mi inversión en mi salud mental personal”, dice Alyssa. “No tenía mucho que decir al respecto, pero luego se le ocurrió la idea de que la terapia es una herramienta necesaria para muchas personas y eso incluía a su hija”.
Alyssa dice que su madre también buscó terapia para ella y se la recomendó a otro miembro de la familia. Esto ha ayudado a mejorar su relación.
“Estabamos desempaquetando años de trauma histórico y estoy agradecida que me escuchó y que haya tomado medidas por su propia salud mental”, dice Alyssa.
Antes de la pandemia, Alyssa y su terapeuta planeaban reducir sus sesiones quincenales a una vez al mes, pero prolongaron el cambio al comienzo de la pandemia para “prevenir una espiral”, dice.
“Algo que trato de recordarle a nuestra comunidad es que solo podemos ayudar a otros a estar bien cuando nosotros mismos estamos bien”, dice Alyssa. “Eso significa invertir en nuestra salud mental desde el principio”.
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